Luis Buñuel y Federico García Lorca (1)
Damos
comienzo con este post una serie dedicada a las personas que más han influido
en la obra de Luis Buñuel, y lo hacemos con Federico García Lorca.
Federico García Lorca no llegó a la
Residencia hasta dos años después que yo. Venía de Granada,…y ya había
publicado un libro en prosa, “Impresiones y paisajes”…Brillante, simpático, con
evidente propensión a la elegancia, la corbata impecable, la mirada oscura y
brillante, Federico tenía un atractivo, un magnetismo al que nadie podía
resistirse. Era dos años mayor que yo e hijo de un rico propietario rural. En
principio, fue a Madrid para estudiar Filosofía, pero pronto dejó las clases
para lanzarse a la vida literaria. No tardó en conocer a todo el mundo y hacer
que todo el mundo le conociera. Su habitación de la Residencia se convirtió en
uno de los puntos de reunión más solicitados en Madrid.
Nuestra amistad, que fue profunda,
data de nuestro primer encuentro. A pesar de que el contraste no podía ser
mayor, entre el aragonés tosco y el andaluz refinado —o quizás a causa de este
mismo contraste—, casi siempre andábamos juntos. Por la noche nos íbamos a un
descampado que había detrás de la Residencia (los campos se extendían entonces
hasta el horizonte), nos sentábamos en la hierba y él me leía sus poesías. Leía
divinamente. Con su trato, fui transformándome poco a poco ante un mundo
nuevo que él iba revelándome día tras día.
Juntos, los dos solos o en compañía
de otros, pasamos horas inolvidables. Lorca me hizo descubrir la poesía,
en especial la poesía española, que conocía admirablemente, y también otros
libros. Por ejemplo, me hizo leer la “Leyenda
áurea”, el primer libro en el que encontré algo acerca de san Simeón el
Estilita, que más adelante devino Simón
del desierto. Federico no creía en Dios, pero conservaba y cultivaba un
gran sentido artístico de la religión. [1]
De todos los seres vivos que he
conocido, Federico es el primero. No hablo ni de su teatro ni de su poesía,
hablo de él. La obra maestra era él. Me parece, incluso, difícil encontrar
alguien semejante. Ya se pusiera al piano para interpretar a Chopin, ya
improvisara una pantomima o una breve escena teatral, era irresistible. Podía
leer cualquier cosa, y la belleza brotaba siempre de sus labios. Tenía pasión,
alegría, juventud. Era como una llama.
Representación de Don Juan Tenorio en la Residencia. Lorca 1º por la izq. Buñuel el 5º |
Cuando lo conocí, en la Residencia
de Estudiantes, yo era un atleta provinciano bastante rudo. Por la fuerza de
nuestra amistad, él me transformó, me hizo conocer otro mundo. Le debo más de
cuanto podría expresar. [2]
...La admiración que me merece el teatro de
Lorca es más bien escasa. Su vida y su personalidad superaban con mucho a su
obra, que me parece a menudo retórica y amanerada[3].
«Tú ere mu bruto», me repetía
siempre Federico. Y era verdad. A mí, en la Residencia, solo me gustaba hacer
deportes, todos. Me levantaba tempranísimo, como me ha gustado siempre, para
correr, hacer gimnasia, lanzar la jabalina, boxear, saltar lo que fuera, y en
paños menores. Por eso, a las nueve de la noche, cuando a veces íbamos al
cuarto de Emilio Prados y yo me retiraba a dormir, Federico me insultaba. Era
la hora en que empezaba a leerles, o a recitar, o a tocar. Y yo me iba a la
cama. Y, sin embargo, a Federico se lo debo todo. Es decir, sin él yo no habría
sabido lo que era la poesía. Y eso que para él existían dos mundos, el nuestro
y el de los inteligentes: Salinas, Guillén, Adolfo Salazar, Moreno Villa... No
nos dejaba entrar en él: «No, esta noche me voy con gente inteligente». Luego,
con el tiempo, las cosas cambiaron un poco. Yo estaba mucho más cerca de Dalí,
de su manera de pensar y todo; pero a Federico le debo mucho más: me descubrió
mucho más mundo. Luego volvimos a ser muy amigos. A Federico su padre le daba
veinte duros en octubre, hasta diciembre. Se los gastaba en tres días con los
amigos, en chatos y tapas. Luego le daba cuarenta. Le pasaba lo mismo. Vivía de
deudas y sablazos. Y su padre era riquísimo. Se lo echaban en cara. Entonces
defendía a toda su familia a capa y espada: «Mi pare es buenísimo; mi mare,
¡no digamo! ¡Y el talento que tié Paquito! ¡Josú!». Parecía un personaje de los
Quintero. «¡Y mis hermanas!». Era un gran poeta lírico y un imitador fenomenal:
«Toca Schumann», le decíamos. Y parecía que lo tocaba como un ángel, y lo
inventaba. Ahora bien, su teatro, para vomitar. Todo era capaz de imitarlo,
todo, hasta el surrealismo.[4]
Buñuel como D. Juan: "A mi amigo Federico en prueba de su notoria estimación por el don Juan Tenorio" |
Max Aub:
“Cuando Federico le dice a Buñuel: “Tú eres un aragonés muy bruto”, rebosa
amor, amistad. Cuando Luis Buñuel declara que nadie influyó tanto en él como
García Lorca, aunque tenga grandes reservas frente a parte de su obra, es
verdad. Otra de las razones que le unieron a Buñuel fue su pasión por los
insectos.”[5]
La deuda
principal de Buñuel respecto a Lorca fue el descubrimiento a fondo de la
literatura, una de sus entusiastas dedicaciones. Y ello le llevó a abandonar
sus estudios de ingeniero Agrónomo (impuestos por su padre, que quería evitar
que se dedicara a la música).[6]
Federico
con su extraordinaria sensibilidad pule a Buñuel, afina sus innatas cualidades
creativas...Como Lorca y Buñuel son, estéticamente hablando, caracteres
artísticos contrapuestos, diferencias estéticas coincidentes en gran parte con
sus diferencias humanas –el llano y campechano Buñuel frente al refinado
señorito de Granada; el macho hispano frente a la complicada sexualidad
lorquiana–, ambos amigos se repelen y se atraen alternativamente. Esta
constante y contradictoria amistad entre dos verdaderos líderes naturales (la
desbordante simpatía y el atractivo de Federico, las ocurrencias y genialidades
de Luis, eran muy celebradas por el resto de los compañeros, entre los que
tenían numerosos admiradores).[7]
Se
conocieron en 1919 cuando García Lorca ingresó en la Residencia y se hicieron
amigos. En 1920 representaron Don Juan Tenorio de Zorrilla, con Buñuel como el
Tenorio y Lorca como el escultor.
Lorca le
dedicó algunos poemas. Las dedicatorias del
poeta andaluz en sus poemarios son
un gesto más de esa amistad. En Juegos (1921-24)
se lee "poemas dedicados a la
cabeza de Luis Buñuel. En grand plain
[sic]" .La referencia al gros plan (primer plano cinematográfico) indica ya la temprana inclinación de
Buñuel hacia su actividad futura.[8]
El poema que lo abre se titula
Ribereñas
(Con acompañamiento de campanas)
Dicen que tienes cara
(balalín)
de luna llena.
(balalán)
Cuantas campanas ¿oyes?
(balalín)
No me dejan.
(¡balalán!)
Pero tus ojos...¡Ah!
(balalín)
…perdona, tus ojeras…
(balalán)
y esa risa de oro
(balalín)
y esa... no puedo, esa...
(balalán.)
Su duro mariñaque
Las campanas golpean.
¡Oh tu encanto secreto!..., tu...
(balalín)
lín
lín
lín...)
Dispensa.[9]
Se le dice
a Buñuel que su cara —pues, ¿de quién iba a ser la cara a la que se alude en un
poema que ostenta la dedicatoria a la
cabeza de Luis Buñuel, en gran primer plano?— es como una luna llena[10]
. Y, como se sabe, la luna, y la luna llena, es algo extraordinariamente
importante en el universo poético de Federico García Lorca.
El caso es
que Lorca dice mirar a Buñuel con la intensidad con la que se mira a la luna
llena. Y que es, legiones de poetas lo atestiguan, y no sólo el propio Lorca,
la intensidad misma del deseo.
Por lo
demás, el dispensa que cierra el poema es ambivalente: certifica la humorada,
desde luego, pero también puede ser leído como el gesto de pudor del que sabe
que su deseo ha de ser rechazado. No es difícil imaginar la indignación con la
que el varonil boxeador aragonés debió recibir estos poemas. Máxime si se tiene
en cuenta que otro de los del grupo lleva por título la Canción del mariquita.[11]
Jesús
González Requena afirma que la escena inaugural de Un perro andaluz no solo
es una respuesta a los «Juegos. Dedicados
a la cabeza de Luis Buñuel», sino que, además, lo hacen inspirándose, de
una manera a veces sorprendentemente literal, en otro poema de Federico García
Lorca.[12]
En otra de sus obras tempranas, Libro de poemas (1921),
Lorca añade, a la dedicatoria convencional
("Al gran Luis. ¡Siempre!"), otra "Dedicatoria especial: a mi queridísimo Luis Buñuel (acta de eterna
amistad)".
En 1923,
Federico le regaló un libro a Luis con dos dedicatorias y sobre el que escribió
estos versos:
(Dedicatoria especial)
A mi queridísimo Luis
Buñuel.
(Acta de eterna
amistad). F.
Paisaje sin canción
Dedicatoria 1 |
Dedicatoria 2 |
Cielo azul
campo amarillo
Monte azul
campo amarillo.
Por la llanura desierta
va caminando un olivo.
Un solo
olivo.[13]
Al gran Luis
¡Siempre!
Federico
En esos mismos años Lorca vuelve a dedicarle la Suite del regreso:
El camino conocido
Yo vuelvo hacia atrás.
¡Dejadme que retorne
a mi manantial!
Yo no quiero perderme
por el mar.
Me voy a la brisa pura
de mi primera edad
a que mi madre me prenda
una rosa en el ojal.[14]
[1] Luis Buñuel: Mi último suspiro. Plaza & Janés, 1982, Pág.64
[2] Luis Buñuel: Mi último suspiro. Plaza & Janés, 1982, Pág.154
[3] Luis Buñuel: Mi último suspiro. Plaza & Janés, 1982, Pág.101
[4] Max Aub: Luis Buñuel, novela, Cuadernos del vigía, 2013, pág. 77-8
[5] Max Aub: Luis Buñuel, novela, Cuadernos del vigía, 2013, pág. 341
[6] Agustín Sánchez Vidal: Vida y opiniones de Luis Buñuel. Pág. 15
[7] Carlos Barbachano: Buñuel. Salvat, 1986, Pág. 34
[8] Alfonso Puyal: Buñuel y Lorca: caminos hacia la poesía a través del cine. En Luis
Buñuel: dos miradas. Ed. Tranvía, Berlín, 2011, pág. 155
[9] Federico García Lorca: Obras
completas, tomo I: poesía, Galaxia Gutenberg, 1996, pág. 378
[10] Buñuel recibió otro poema de Lorca
en el que también la luna llena se encuentra presente.
[11] Jesús González Requena: Amor loco
en el jardín, Adaba, 2008, págs. 20-22
[12] Jesús González Requena: Amor loco
en el jardín, Adaba, 2008, págs. 26
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