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Mostrando entradas de marzo, 2017

El putrefacto y el carnuzo

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Fue hacia mediados de los años veinte cuando en nuestros medios artísticos y literarios hizo furor la palabra putrefacto, la más generalizada de cuyas acepciones fue la referida a todas aquellas  personas o cosas que, en un momento dado, se tenían por inactuales o trasnochadas. Putrefacto equivalía, así, a grado extremo de consunción por inmovilismo, e implicaba, como vituperio, el emparejamiento con el mal olor que trasciende todo cadáver insepulto. [1] La Orden de Toledo: Pepín Bello, José Moreno Villa, María Luisa González, Buñuel, Dalí y José Mª Hinojosa, 1924. Tole Entre los miembros de la Residencia se utilizó como adjetivo descalificador. Se aplicaba a “todo lo que oliera a caduco, anacrónico, decadente, tradicional o antivanguardista. A putrefacto se oponía como elogio antiartístico, sinónimo de vanguardia o antidecadente.”[2] Era pues un vocablo utilizado entre la nueva y la vieja generación y también para calificar a las falsas vanguardias.

Luis Buñuel y su visión de la Ciencia y la Tecnología

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En este breve post voy a tratar un curioso tema: el poco aprecio que Buñuel sentía por la ciencia y la tecnología: La verdad es que odio la ciencia, le tengo horror a la tecnología. Lo que me llevará tal vez, algún día, a creer en el absurdo de Dios. Fíjate que digo absurdo. [1] El realizador en sus diferentes declaraciones al respecto solía mezclar la creencia en Dios con la ciencia: El creer en Dios es absurdo, pero todavía lo es más la técnica y la ciencia. Empieza a molestarme la palabra ateo... Yo no niego que lo soy. Y, ahora, más ateo que nunca, pero me molesta la palabra [2] . En sus “memorias” nos da la clave de la cuestión: Junto al azar, su hermano el misterio. El ateísmo —por lo menos el mío— conduce necesariamente a aceptar lo inexplicable. Todo nuestro Universo es misterio.