La "obra cinematográfica" de Luis Buñuel
Buñuel al comienzo de Un perro andaluz, todo un planteamiento de intenciones |
En este post voy a presentar algunos aspectos generales de la “obra
cinematográfica” de Buñuel. Su finalidad es la de servir de prólogo a la página
independiente que sobre dicho tema formará parte de este blog, como también
está la página dedicada a su “obra literaria”.
La
aparición de Buñuel en la primera escena de su primer film, Un
perro andaluz, no fue casualidad. Con el corte del ojo, pretendía
romper con la mirada tradicional, que viéramos las cosas de otra manera y/o,
ciegos por el corte, que miráramos hacia nuestro interior.
Considero
a Buñuel...el único pensador real en el cine. Sus películas implican un
pensamiento, una ideología, una mística, una unidad de forma de vida y de
visión de la vida[1],
que raro cineasta tiene. Y existen cineastas completos en este aspecto, pero en
la trascendencia de su contenido creo que es el único.[2]
Buñuel
es uno de los pocos creadores cinematográficos mundiales capaces de conseguir
una perfecta unidad en su trabajo, sea cual sea el origen de sus proyectos.
Esta unidad procede de una actitud
muy firme ante la vida y los seres humanos, sensiblemente igual desde el
comienzo de su carrera artística, no por inmovilismo, sino por fidelidad a unas
convicciones. Aunque su orientación estética sí haya cambiado –y esto es algo
evidente, que ninguno de sus exégetas se
ha atrevido a dudar– los temas y su estilo se han mantenido muy semejantes a lo
largo de cuarenta y dos años.[3]
Subida al cielo |
Desde
Un
perro andaluz, Buñuel ha concebido la pantalla como un ojo dormido que
sólo puede ser despertado por una cámara que haga las veces de navaja, clavo,
alfiler, picahielo: la mirada cinematográfica, como el sexo de la mujer, debe
ser una herida que jamás cicatriza.
La
unidad del cine de Buñuel nace de un conflicto entre la manera de ver y las
cosas vistas. Sus tres primeras películas proponen las tres provocaciones que
Buñuel, más que repetir, desarrolla después a diversos niveles. Del encontrarse
a sí mismo impedido por la carga de pianos rellenos de burros muertos y el
lastre de curas espantados (Un perro andaluz) Buñuel pasa al
loco amor de la pareja regeneradora (La edad de oro) y de allí a la
descripción crítica de la realidad documental (Tierra sin pan).
Sicológica, erótica o social, la posible respuesta nunca es ajena a un drama
interpretado a través de una lucha de visiones opuestas: la mirada
insatisfecha, condenada, peligrosa, secreta, contra la mirada confortable,
conformista, consagrada; los ojos del mundo total, contaminado, anhelante,
revolucionario, contra la ceguera del orden establecido.[4]
Su
espíritu combativo, rebelde, moralista y libre no ha tenido parangón en el
panorama cinematográfico de nuestra época....Y ello ocurre porque el cine de
Buñuel, más allá de cualquier saludable controversia, logra plantear al
espectador un mundo propio, tejido de símbolos, de sueños de ideas.[5]
Así es la aurora |
Con
sus primeras obras, Buñuel abriría una ventana a lo maravilloso, a lo que
muchas veces se intuye pero nunca se reconoce, a lo que casi siempre se escapa
porque no está dentro de lo que se nos ha enseñado a codificar como real. Esta
ventana ya no se cerraría nunca en su producción. Buñuel, fue de los pocos que
descubrió el verdadero poder, la verdadera fuerza del medio. Él no llegó al
cine atraído por el glamour o las
lentejuelas. Se hizo cineasta porque en este oficio descubrió el más preciado
vehículo para expresar el candente magma ideológico que brotaba de su interior.
La forma de hacer brotar ese río de lava le sería revelada, según su propio
testimonio, por el surrealismo y Sade.[6]
La
potencia de su cine procede de la irrepetible amalgama de estímulos a que
obedece. Por un lado, se amasa con vivencias de un país que, a comienzos del
siglo XX era –en palabras del propio realizador– pura Edad Media. Por otro,
queda patente en él su frecuentación de algunos de los ambientes más
cosmopolitas de una de las décadas de por sí más abiertas, la de los treinta, a
través del Madrid de la Residencia de Estudiantes, el París de las vanguardias,
el Hollywood de entreguerras o el Nueva York de posguerra.[7]
Desde
su vertiente hispánica, ha internalizado su legado humano, artístico, cultural
y religioso, dejándonos, en su obra cinematográfica, una de las grandes
síntesis críticas de ella en el siglo veinte. Buñuel circunscribió su interés
al ámbito de la cultura occidental. Pero esto, que podría ser una limitación,
aparece superado por la dimensión central de su obra creadora: su
reivindicación plena de lo imaginario y su buceo en el inconsciente. Esto
permite a la obra de Buñuel el salto transhistórico y transnacional: el arraigo
en los núcleos arcaicos del ser y de la cultura. Por otra parte, siempre
mantuvo su solidaridad con "los olvidados" o los pobres de la Tierra,
sin distinción de culturas.[8]
Los olvidados |
Los
films de Buñuel son más que films. Quizá incluso, tienen la forma de films por
accidente, por defecto de otra forma de expresión ideal, o soñada, que no
habría tenido nada que ver con el arte. De ahí ese desprecio que Buñuel
conservó toda su vida al efecto estético, al encuadre elegante, a la luz
extraña, al apoyo musical, a todo eso que hace de un film un objeto de arte.[9]
Buñuel
no se limitó a insertarse en el sistema expresivo cinematográfico de su época,
sino que prosiguió su camino, en el que resultaría inestimable la lección
surrealista. A medida que avance en esa senda personal, el realizador irá
desarrollando procedimientos propios, que suelen consistir en colocar
estratégicamente imágenes que actúan a la manera de minas explosivas. Y ello no
sin antes haberlas recubierto de otras banales que sirven para ocultar la red
de hilos subterráneos que conectan entre sí los detonantes.[10]
De
Buñuel no nos quedan cintas completas, acabadas en su desarrollo y realización,
sino imágenes independientes, ricas de significados profundos, que golpean
nuestra sensibilidad, primero, y penetran nuestra conciencia, después, como
ciertas visiones de los sueños, ciertas postales pornográficas, ciertas
blasfemias y ciertos actos gratuitos. Tales imágenes, aparentemente dictadas por
el capricho, sin en realidad claves para una repentina y deslumbrante intuición
de la realidad oculta, del carácter extraño de lo que nos rodea o llevamos
dentro. Como Rimbaud, Buñuel procede a base de iluminaciones (es un San Juan de
la Cruz al revés), de contacto súbitos y fugaces con la otredad del mundo, y en
realidad toma los argumentos como meros
pretextos para llegar a esos instantes reveladores.[11]
Ese oscuro objeto del deseo: cosiendo el desgarro |
Contrariamente
a esos numerosos films, de los que se tiene la impresión de haberlos visto
desde la lectura del guión, los films de Buñuel existen por el recuerdo de
fuertes imágenes, siempre sorprendentes. La imagen es soberana, brota de una
inspiración que rechaza todo control para mejor introducir la subversión en la
realidad.[12]
En
la última escena de su última película, Ese oscuro objeto del deseo, vemos a
una mujer coser el desgarro, que el propio Buñuel había realizado en Un
perro andaluz. En medio quedan 32[13]
películas realizadas, sin lugar a dudas unas mejores que otras, pero que en
conjunto, forman sin lugar a dudas una de las visiones más originales del cultura
occidental en el siglo XX.
[1] La inclusión de la palabra
buñueliano en el Diccionario de la R.A.E. lo demuestra.
[2] Artela Lusuviaga en Max Aub: Conversaciones con Buñuel. Aguilar,
1985, Pág.:472
[3] Antonio Lara: Lectura de "Tristana", de Luis Buñuel, según la novela de
Galdós. En: La imaginación en
libertad. Universidad Complutense, 1981, Pág.: 113
[4] Carlos Fuentes. Prólogo en:
Fernando Cesarman: El ojo de Buñuel. Anagrama,
1976, Pág.: 9
[5] Raúl Carlos Maícas: Buñuel, siempre Buñuel. En: Turia, nº 26. Pág.: 128
[6] Manuel López Villegas: Sade y Buñuel. Instituto de estudios
turolenses, 1998, Pág.: 17
[7] Agustín Sánchez Vidal: El mundo de Luis Buñuel. Caja de Ahorros
de la Inmaculada, 1993, Pág.:273
[8] Víctor Fuentes: Buñuel: Cine y Literatura. Salvat, 1989,
, Pág.: 179
[9] Jean-Claude Carrière, en: Marcel
Oms: Don Luis Buñuel, Editions du
Cerf, 1985, Pág.:10
[10] Agustín Sánchez Vidal: Los expulsados del paraíso. Escuela
Libre Editorial, 1985, Edilig, 1984, Pág.: 87
[11] José de la Colina, en: Agustín
Sánchez Vidal: Luis Buñuel, Ed. J.C.,
1984, Pág.: 208
[12] Raymond Lefèvre: Luis Buñuel. Edilig, 1984, Pág.: 23
[13] Son las que oficialmente se le
atribuyen. No contamos ni las producciones de Filmófono, ni sus colaboraciones
en los documentales de la Guerra Civil.
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