Una jirafa
Una jirafa es una de las obras literarias más conocidas de Buñuel.
Instigado por Breton... en una hora escribí los textos de "Una jirafa".
Instigado por Breton... en una hora escribí los textos de "Una jirafa".
Pierre Unik me
corrigió el francés, después fui a ver a Giacometti a su estudio... y le pedí
que dibujara y recortara... una jirafa de tamaño natural... Las manchas de la
jirafa estaban montadas con bisagras y podían levantarse. Debajo, se leían las frases
escritas por mí en una hora[1].
Debió
redactarse entre octubre de 1931 y enero de 1932 y se publicó en francés en
"Le Surréalisme au Service de la
Revolution", nº 6, con el título de Une girafe, y con fecha de 15 junio de 1933.
Buñuel y Giacometti con la "sorpresa". |
Una jirafa fue compuesta por
Buñuel como parte de la “sorpresa” que entre él y Giacometti iban a llevar a la
fiesta que los Noailles, los que financiaron La edad de oro (L’âge
d’or, 1930), dieron a mediados de 1932 en Hyères. Cada uno de los
artistas invitados aportó algo para la fiesta. La aportación de Buñuel y
Giacometti, causó una “sorpresa” generalizada, pero un tanto decepcionante. Su
aportación consistió en una jirafa de tamaño natural, hecha por Giacometti en
contraplacado y en cada una de las manchas, montadas con bisagras, se podía
leer un pequeño texto de Buñuel. El texto que escribió Buñuel para estas
manchas ha desaparecido. Lo que nos queda es la reconstrucción que el cineasta hizo
posteriormente y que fue publicada en 1933 con el título de Una jirafa (Une girafe).
A continuación encontrarán dicho texto, relacionándolo con la vida y obra cinematográfica del realizador.
TODO ES ABSOLUTAMENTE REALIZABLE
Para
esconder los objetos que deben hallarse tras el animal, habrá que colocarlo
ante una pared negra de diez metros de alto y cuarenta de largo. La superficie
de la pared debe estar intacta. Ante esta pared habrá que cuidar un macizo de
asfódelos, cuyas dimensiones serán las mismas que las de la pared.
DE LO QUE DEBE HALLARSE EN CADA
MANCHA DE LA JIRAFA
En la primera: El interior de la mancha está
constituido por un pequeño mecanismo bastante complicado, muy parecido al de
un reloj. En el centro del movimiento de las ruedas dentadas, gira
vertiginosamente una pequeña hélice. Un ligero olor a cadáver se desprende
del conjunto. Después de haberse alejado de la mancha, tomar un álbum que
debe hallarse en tierra, a los pies de la jirafa. Sentarse en una esquina del
macizo y ojear este álbum que presenta decenas de fotografías de muy
miserables y muy pequeñas plazas desiertas. Son las de viejas ciudades
castellanas: Alba de Tormes, Soria, Madrigal de las Altas Torres, Orgaz,
Burgo de Osma, Tordesillas, Simancas, Sigüenza, Cadalso de los Vidrios y,
ante todo, Toledo.
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El fantasma de la libertad
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En la segunda: A condición de abrirla a mediodía, como lo precisa la inscripción exterior, aparece un ojo de vaca en su órbita, con sus pestañas y párpado. La imagen del espectador se refleja en el ojo. El párpado debe caer bruscamente, dando fin a la contemplación. |
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En la tercera: Abriendo esta mancha, se lee, sobre un fondo de terciopelo rojo, estas dos palabras: AMÉRICO CASTRO
Como estas letras se pueden
desprender, podrá hacerse con ellas todas las combinaciones posibles.
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La edad de oro[2]
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En la cuarta: Hay una pequeña reja, como la de una cárcel. A su través se oye una verdadera orquesta de cien músicos tocando la obertura de Los Maestros Cantores. |
En la quinta: Dos bolas de billar, con gran
ruido, caen desde la abertura de la mancha. En el interior, no queda de pie
sino un pergamino enrollado, sujeto con una cuerda. Desenrollarlo para poder
leer este poema:
A RICARDO CORAZÓN DE LEÓN
Del
coro al caño, del caño a la colina, de la colina al infierno, a la misa negra
de las agonías del invierno.
Del
corazón al sexo de la loba que huía en el bosque sin tiempo de la Edad Media.
Verba vedata sunt
fodido en culo et puto gafo,
era el tabú de la primera cabaña en el bosque infinito, era el tabú de la
deyección de la cabra de la que salieron las multitudes que elevaron las
catedrales.
Las
blasfemias flotaban en los pantanos, las turbas temblaban bajo el látigo de
los obispos de mármol mutilado, se empleaban los sexos femeninos para vaciar
sapos.
Con
el tiempo reverdecían las religiosas, de sus flancos secos crecían ramas
verdes, los íncubos les guiñaban el ojo mientras los soldados meaban en las
paredes del convento y los siglos bullían en las llagas de los leprosos.
De
las ventanas pendían racimos de novicias secas que producían, con la ayuda de
un tibio viento primaveral, un suave rumor de oración.
Tendré
que pagar mi escote, Ricardo Corazón de León, fodido en culo et puto gafo.
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En la sexta: La mancha atraviesa de parte a parte la jirafa. Se contempla entonces el paisaje por el agujero; a unos diez metros, mi madre -la señora Buñuel- vestida de lavandera, está de rodillas ante un arroyo, lavando la ropa. Algunas vacas tras ella. |
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En la séptima: Una sencilla arpillera de saco viejo, manchada de yeso. |
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En la octava: Esta mancha es ligeramente cóncava y está cubierta de pelos muy finos, rizados, rubios, del pubis de una joven adolescente danesa de ojos azules muy claros, de buenas carnes, la piel quemada por el sol, toda inocencia y candor. El espectador soplará suavemente sobre los pelos. |
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En la novena: En el lugar de la mancha se descubre una gran mariposa nocturna oscura, con una cabeza de muerto entre sus alas. |
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En la décima: En el interior de la mancha una apreciable cantidad de masa para pan. Dan ganas de amasarla con los dedos. Hojas de navaja de afeitar, muy bien disimuladas, llenarán de sangre las manos del espectador. |
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En la undécima: Una membrana de vejiga de puerco
reemplaza la mancha. Nada más. Tomar la jirafa y transportarla a España para
colocarla en el lugar llamado "Masada del Vicario", a siete
kilómetros de Calanda, al sur de Aragón, la cabeza orientada hacia el norte.
Romper de un puñetazo la membrana y mirar por el agujero. Se verá una casita muy
pobre, blanqueada con cal, en medio de un paisaje desértico. Delante una
higuera, a algunos metros de la puerta. Al fondo montes pelados y olivos. Tal
vez en ese momento, un viejo labrador salga de la casa con los pies desnudos.
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En la doceava: Una hermosísima foto de la cabeza de Cristo coronada de espinas, pero RIÉNDOSE A CARCAJADAS. |
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En la treceava: En el fondo de la mancha una bellísima rosa, mayor que natural, fabricada con cáscaras de manzana. El androceo es de carne sanguinolenta. Esta rosa se pondrá negra algunas horas después. Se pudrirá al día siguiente. Tres días más tarde, sobre sus restos, aparecerá una legión de gusanos. |
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La edad de oro
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En la catorceava: Un agujero negro. Se oye este
diálogo cuchicheado con gran angustia:
Voz
de mujer: - No, te lo ruego. No hieles.
Voz
de hombre: - Sí, es necesario. No podría mirarte cara a cara.
(Se
oye el ruido de la lluvia).
Voz
de mujer: - A pesar de todo, te quiero, te querré siempre, pero no hieles. NO
... HIELES. (Pausa).
Voz
de hombre, (muy bajo, muy dulce): - Mi pequeño cadáver... (Pausa). (Se oye
una risa ahogada).
Bruscamente
se hace una luz muy viva en el interior de la mancha. A esta luz, se ven
algunas gallinas, picoteando.
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En la quinceava: Una pequeña ventana de dos hojas imitando perfectamente una grande. De pronto, sale una espesa bocanada de humo blanco, seguida, algunos segundos más tarde, de una explosión lejana.
(Humo
y explosión deben de ser como los de un cañón, vistos y oídos a algunos
kilómetros de distancia.)
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En la dieciseisava: Al abrirse la mancha se ve, a dos o tres metros, una Anunciación de Fray Angélico, muy bien enmarcada e iluminada, pero en un estado lamentable, rota a cuchilladas, embadurnada de pez, la figura de la Virgen cuidadosamente ensuciada con excrementos, los ojos reventados a alfilerazos; en el cielo en caracteres muy ordinarios se lee: ABAJO LA MADRE DEL TURCO. |
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En la decimoséptima: Un chorro de vapor muy potente surgirá de la mancha en el momento en que ésta se abra y cegará horriblemente al espectador. |
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En la décimo
octava: La
abertura de la mancha provoca la caída angustiosa de los objetos siguientes:
agujas, hilo, dedal, trozos de tela, dos cajas de cerillas vacías, un trozo
de bujía, un juego de naipes muy viejo, algunos botones, frascos vacíos,
granos de vals, un reloj cuadrado, un picaporte, una pipa rota, dos cartas,
aparatos ortopédicos y algunas arañas vivas. Todo se dispersa de la manera
más inquietante. (Esta mancha es la única que simboliza la muerte.)
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En la décimo novena: La maqueta, de menos de un metro cuadrado, tras la mancha, representa el desierto del Sahara bajo una luz aplastante. Cubriendo la arena, cien mil pequeños maristas de cera, con sus baberos blancos destacándose en sotanas. Con el calor, los maristas se derriten poco a poco. (Se necesitará tener millones de maristas en reserva.) |
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En la veinteava: Se abre esta mancha. Colocados
sobre cuatro tablas se ven doce pequeños bustos de terracota representando a
la Sra... *, maravillosamente bien hechos y parecidos, a pesar de sus
dimensiones de, aproximadamente, dos centímetros. Mirándolos con lupa se verá
que los dientes son de marfil: Al último pequeño busto le han arrancado todos
los dientes.
*Dijo que no podía revelar el apellido, pero años después reconoció que la Sra. a la que se refería era la Vizcondesa Marie-Laure de Noailles, que financió La edad de oro |
(Traducción
del original francés por Max AUB)
¿No se podría leer "Una jirafa" como un final alternativo a La edad de oro? Imaginemos la jirafa saliendo de la ventana, pero no ya desplomándose a cámara lenta hacia el mar; no, sino cayendo de pie. Corte a primer plano de una mano que abre una de las manchas para revelar "un pequeño mecanismo bastante complicado que recuerda un reloj"...[3]
La edad de oro |
[1] Luis Buñuel: Mi último suspiro. Plaza & Janés, 1982, Pág.:116. Por lo que se ve en la foto, parece bastante dudoso que las manchas se puedan levantar.
[2] Buñuel tenía previsto incluir en Los Olvidados una gran orquesta en un edificio en construcción.
[3] Paul Hammond, Una jirafa, Libros Pórtico, 1997, pág. 12
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