La ilusión viaja en tranvía, 1953

La ilusión viaja en tranvía es otra de esas películas mexicanas que en su momento pasó desapercibida para la mayor parte de la crítica. Incluso Buñuel no le dedica ni un comentario en sus memorias.

Creo que la línea del argumento empezaron a escribirla Mauricio de la Serna y José Revueltas, y colaboramos Luis Alcoriza y yo. La línea argumental tenía unas cuantas cuartillas: desaparece un tranvía, suceden varias peripecias y al final el tranvía aparece en el depósito. Ustedes saben que en los vehículos públicos de México es posible, o lo era en aquella época, encontrar gente que lleva cajones de fruta, o pavos vivos, en fin: las cosas más increíbles, y por eso se me ocu­rrió que en el tranvía viajaran los obreros del Rastro con los cuartos de res, y las viejas beatas con la imagen de un santo.[1]
El argumento de la película es el siguiente: «Caireles» (Carlos Navarro) y «Tarrajas» (Fernando Soto, alias «Mantequilla») se enteran de que el tranvía en que han trabajado como conductor y cobrador va a ser retirado del servicio. Borrachos, lo roban y se lo llevan a hacer un recorrido nocturno por la ciudad. En este recorrido hay varios incidentes divertidos o insólitos: al tranvía suben los matarifes del Rastro con piezas de los animales sacrificados, unas beatas con la imagen de un santo, los niños de un hospicio, etc. En el trayecto los persigue. «Papá Pinillos», un inspector tranviario jubilado (Agustín Isunza) que quiere seguir siendo útil a la compañía, y que se empeña en delatarlos. Lupita (Lilia Prado), hermana de «Tarrajas», intenta ayudar a los dos amigos. Durante el viaje, que se prolonga hasta el día siguiente, hay un episodio en que «Caireles» y «Tarrajas» pelean con unos acaparadores de alimentos. Hay también una «posada» en la que los inquilinos de una casa-vecindad representan una pastorela. Al final, tras diversas peripecias, el tranvía es devuelto al depósito a tiempo. Se supone que «Caireles» y Lupita quedan como novios. 
El diablo tienta a Eva con la manzana en la pastorela
 El rodaje se inició el 28 de septiembre de 1953 en los estudios Clasa y se estrenó el 18 de julio de 1954 en el cine Olimpia.
La película comienza, como muchas de las películas de Buñuel, con una voz en off informativa, que nos señala el marco social en que va a desarrollar una historia cotidiana, una de las muchas que todos los días tienen lugar en la gran ciudad. Al final de la película, la misma voz en off, situando de nuevo al espectador en una postura de nuevo objetiva, despedirá esta historia sin importancia. Como si empezando en un gran plano general, fuéramos después a una larga serie de primeros planos (la historia en sí) y volviéramos al final al mismo plano general del principio.
Como dice J. Francisco Aranda: Lo real se convierte en maravilloso. Esa es una de las grandes diferencias de estas comedias de Buñuel con respecto a las películas neorrealistas. En Buñuel lo cotidiano no ahoga lo mágico, lo ahonda.[2]
Un acierto notable de la película es la utilización de un maravilloso habla coloquial, acierto muy frecuente en los guiones que Buñuel escribe con Luis Alcoriza. Las expresiones de los dos amigos protagonistas son de una riqueza y de una comicidad extraordinarias.[3]
Los protagonistas de la película:
Tarrajas, Lupita y Caireles
 “Es una comedia picaresca de apariencia trivial, donde lo improbable aflora por doquier, convirtiendo lo real en maravilloso. Sus personajes están tipificados: todos tienen sus razones para obrar como lo hacen. Unos tranviarios deciden utilizar durante una jornada de asueto un tranvía destinado al desguace. En su paseo por las calles se suceden episodios llenos de frescura: la americana que sube, y al enterarse que el viaje es gratis, le huele el asunto a comunismo; el huérfano que cree distinguir a su madre en una actriz que pasa por la acera; el Cristo ultrajado, depósito de limosnas; el carruaje convertido en transporte de carnes de matadero; el farmacéutico preguntando si el muerto [herido] puede pagar...pocas comedias latinas tienen la inventiva y el ritmo de pasodoble contagioso de esta alegre caravana de sonrientes denuncias y apuntes hirientes....y para completarla hay una secuencia mostrando una representación teatral popular e ingenua con episodios bíblicos, donde Buñuel llega a parodiarse a sí mismo.”[4]
La pastorela también tiene una justificación realista. La historia ocurre durante los festejos de final de año, y hasta hace poco en esas fechas la gente de las barriadas representaba pastorelas. Me dicen que en el rumbo de Coyoacán, no muy lejos de mi casa, aún lo hacen. Esa pas­torela de la película, por lo demás, es auténti­ca. La tomé de una selección de pastorelas que hallé en un libro publicado en México en el siglo XIX.[5]
Ante la espantada de Dios y el diablo en la
pastorela, el organizador dice: "esto me pasa
por darle el papel de Dios a cualquiera".
Con el estilo itinerante de la novela picaresca...el tranvía nos permite en sólo ochenta y dos minutos un corte magistral en la psicología de una ciudad, con puntuales y fugaces ascensos a las oficinas de la compañía con sus chupatintas, secretarias y altos cargos cuya forma de razonar retrata Buñuel en escasas intervenciones. No es cuestión de perder el humor que baña todo, pero en tan corto espacio de  tiempo, manteniéndonos divertidos. Buñuel nos presenta las reglas que rigen las relaciones laborales.[6]
Una de las peculiaridades de La ilusión viaja en tranvía es que está centrada en el mundo obrero, cosa nada frecuente en Buñuel. En la película se habla de inflación, de la carestía de la vida y aparece durante unos momentos un amago de motín por el precio excesivo del grano que sirve de introducción a la secuencia en la que los protagonistas descubren a unos acaparadores de maíz descargando los sacos de un camión subrepticiamente. También en ese tono "social" se acusa la colaboración de Alcoriza.
La pastorela que se representa está llena de frescura, y es muy buñuelesca, con un Diablo que intenta cazar con una escopeta al Espíritu Santo en forma de paloma tras incitar a los angelitos a beberse una cerveza. También nos permite hacernos una idea de cómo serían sus puestas en escena en la Residencia de Estudiantes, dada la escasa presencia del teatro en el cine de Buñuel.
Al tranvía sube gente con lo que quiere: el perro,
 la cabeza de un cerdo,...
Quizá la escena más lograda sea la de los matarifes que montan en el vehículo y cuelgan un material que sacado de su contexto cobra un especial humor mediante el típico cortocircuito buñuelesco, al ser asociado con la imagen de un sangrante Cristo de la Columna que dos beatas llevan consigo para limosnear. Un anacrónico personaje, el duque de Otranto, pone el contrapunto en ese ambiente popular.
La idea ya estaba presente en un texto de su juventud La agradable consigna de Santa Huesca.
Ese tranvía incontrolado dentro de los raíles de la compañía es una inmejorable metáfora del cine que Buñuel hace en esta época, logrando ráfagas de libertad dentro de los estrictos circuitos comerciales y sus rígidas exigencias (tal como ese beso entre Juan y Lupita que todo final feliz exigiría en primer plano y con violines y que él reduce a una lejana toma en long shot.[7]
Como en la Subida al cielo –y después en La muerte en este jardín, y aún en Nazarín- el tema del viaje tiene en La ilusión viaja en tranvía un valor onírico. Los personajes parecen seguir un itinerario caprichoso, imprevisto, con la torpeza característica del sueño. Los incidentes se producen con una perfecta gratuidad: al tranvía sube gente inesperada que provoca hechos inesperados en lugares inesperados...
Sin embargo, es esa aparente gratuidad de lo que acontece lo que da coherencia y sentido a la película. A Buñuel le hubiera escandalizado la simple idea de que su comedia pudiera ser vista como una recapitulación o una denuncia de una situación social, como una visión objetiva, panorámica del barrio y sus problemas, pero, por ello mismo, La ilusión viaja en tranvía acaba convirtiéndose en una auténtica y armónica visión de lo real...
o el Cristo. La cabeza del cerdo se ve encima
 de él y no crean que es casualidad.
No está de más señalar que La ilusión viaja en tranvía es una excelente comedia popular que no quiso ser trascendental y que fue por eso poco apreciada en su momento por los espectadores ávidos de trascendentalidad que éramos, y que Buñuel, por otra parte, eludió como de costumbre las escenas sentimentales: el único beso de la cinta se lo daban al final Prado y Navarro en riguroso LONG SHOT.[8]
Los personajes y la anécdota parecen elegidos por una voluntad de lo más arbitraria, pero que remite de hecho a una generalización posible del propósito que permite rápidamente penetrar en un tema caro a Buñuel: el carácter extraordinario, irreemplazable de la vida del más humilde, lo maravilloso se esconde bajo la aparente banalidad de lo cotidiano, la riqueza inagotable de la monotonía diaria. No el “pedazo de la vida” caro al neorrealismo con el que la película tiene un parentesco superficial, sino una atención constante puesta sobre acontecimientos comunes que una intrusión súbita de lo imprevisible desvía del simple informe de hechos naturalistas...abandona a sus actores a una naturalidad sabiamente solicitada, a una sobreactuación vigilada particularmente sabrosa, en una suerte de coreografía anecdótica que guían la ironía, la ligereza y la siempre mantenida justeza de tono.[9]
Buñuel introduce elementos surrealistas en la película, pero encajados en un contexto real: Es precisamente lo que hacía el surrealismo. En un cuadro de un pintor surrea­lista, por ejemplo, no todo tiene que ser surrea­lista. Basta que haya un pequeño detalle que lógicamente no debía estar allí.[10]
Al ver que los sacos es comida se arma una
pequeña revolución
El viaje sirve como metáfora de la vida. Todos los elementos de la existencia (o casi) están representados en el viaje: vida, muerte, trabajo, amor, abuso, deber, convención, sexo, religión, prejuicios... Cada uno de los personajes tiene una función al respecto, son representantes de la humanidad pero siendo ellos mismos (el Tarrajas, el Cárieles, Pinillos policía de alma, Lupita...), es decir no están ahí como meros representantes o símbolos gratuitos. Todo funciona de modo coherente desde una perspectiva realista y los personajes y sus necesidades se justifican en la acción, aun los elementos insólitos como la gente que sube al tranvía: matanceros, beatas, burgueses con sombrero de copa...[11]
Resumiendo, si uno se pone a ver La ilusión viaje en tranvía sin buscar el Buñuel trascendente y se dispone a disfrutarla, seguro que lo consigue, pues está llena de situaciones y diálogos para pasar un buen rato, como cuando el que dirige la pastorela dice: “Eso se saca uno por darle el papel de Dios a cualquiera.”
En La ilusión viaja en tranvía está Buñuel vivo, con su profundo sentido del humor y, envuelto en él, con sus puntos de vista sobre la sociedad. Lo que piensa sobre los hombres y sobre las clases sociales está en cada una de las imágenes sin por ello ponerse cargante ni trascendente. Lo que sus perso­najes dicen es lo que oímos mil veces cada día aunque exist­an variaciones en el léxico….
El beso de reconciliación de la pareja
lo filma Buñuel de lejos para rebajar el efecto.
La riqueza de situaciones y diálogos, la naturalidad de los tipos, la personifi­cación que hacen los actores de ese mundo variopinto es maravillosa. Como todo buen cine, es para ver, para sentir, para divertirse pensando y para admirar en cada gesto, en cada réplica, el talento de un hombre singular que hacía con senci­llez lo que a otros tanto cuesta, que nos divierte con su modo de pensar mientras otros emplean ingentes cantidades de metraje y nos abruman con sus teorías.
Aquí hay todo un microcosmos lleno de vitalidad, una especie de cuadro inundado de movimiento que nos introdu­ce en un paisaje concreto y que por su misma universalidad reconocemos bien, estemos donde estemos.[12]


[1] Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: Buñuel por Buñuel, Plot, 1993, pág. 88
[2] Carlos Barbachano: Buñuel. Salvar, 1986, Pág. 155
[3] Carlos Barbachano: Buñuel. Salvat, 1986, Pág. 156
[4] J. Francisco Aranda: Luis Buñuel. Lumen, 1975, Pág. 243
[5] Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: Buñuel por Buñuel, Plot, 1993, pág. 88
[6] Juan Cobos: La ilusión viaja en tranvía. En: Nickelodeon, nº13, invierno 1998,  Pág. 171
[7] Agustín Sánchez Vidal: Luis Buñuel. Ed. J.C., 1984, Pág. 186
[8] Emilio García Riera : Historia documental del cine mexicano, vol. V. Pág. 202
[9] Jean-André Fieschi, en: Emilio García Riera : Historia documental del cine mexicano, vol. V. Pág. 203
[10] Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: Buñuel por Buñuel, Plot, 1993, pág. 88
[11] Tomás Pérez Turrent : El cine mexicano de Luis Buñuel. En: Obsesión es Buñuel. Ed. Antonio Castro, 2001, Pág. 74
[12] Juan Cobos: La ilusión viaja en tranvía. En: Nickelodeon, nº13, invierno 1998,  Pág. 171

Comentarios

  1. ¡Excelente, Manuel! Tu crónica llena con creces el vacío que el propio Buñuel dejó en su "último suspiro" sobre esta película.

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  2. Sería interesante trazar la ruta del tranvía en una calca del México actual.

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  3. Sería interesante trazar la ruta del tranvía en una calca del México actual.

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  4. Hola Manuel. Lo felicito por éste maravilloso análisis. Luis Buñuel es uno de mis directores favoritos y coincido plenamente con su pensar respecto a la fascinación que esta película encierra: la sencillez y monotonía de la realidad transformadas en un relato sobre la vida que nos demuestra que lo más "sencillo y casi trivial" es lo más maravilloso.
    Todo en éste análisis tiene una gran coherencia y da el valor que este filme necesitaba desde hace décadas.
    Sólo me permito señalar algo que me parece mágico y digno de elogiar en La ilusión viaja en tranvia, me refiero al sentido animista que se le otorga al 133. El tranvía es también un personaje más. La secuencia inicial es, de hecho
    una presentación de él como ente en su hábitat. En los primeros minutos se nos muestra el destino que le depara a este tranvía para que a lo largo del filme se desarrolle también en nosotros una simpatía por él.
    El 133 está vivo y los espectadores no queremos que sea llevado a desmantelamiento para morir.
    Es aquí donde encuentro un fuerte paralelismo con la cinta "Christine" de John Carpenter(otro de mis directores favoritos). La película sobre un Plymouth rojo que cobra vida y cuya secuencia inicial me recuerda mucho a la de La ilusión viaja en tranvia: el auto rojo presentado como personaje, si bien no en su hábitat, pero si al momento de nacer y mostrándonos de lo que es capaz de hacer.
    Muchas gracias por éste maravilloso blog y reciba usted un gran saludo.
    Hugo de Rodas

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