El deseo en el cine de Luis Buñuel
Este es el post nº 100 y para este momento hemos reservado un tema que vertebra toda la obra de Buñuel: el deseo
En mi adolescencia ... nada podía calmar una curiosidad sexual impaciente y un deseo permanente, obsesivo... La más excelsa virtud, nos decían, es la castidad. Ella es indispensable para una vida digna. Las durísimas batallas del instinto contra la castidad, aunque no pasaran de simples pensamientos, nos daban una abrumadora sensación de culpabilidad... [1]
En mi adolescencia ... nada podía calmar una curiosidad sexual impaciente y un deseo permanente, obsesivo... La más excelsa virtud, nos decían, es la castidad. Ella es indispensable para una vida digna. Las durísimas batallas del instinto contra la castidad, aunque no pasaran de simples pensamientos, nos daban una abrumadora sensación de culpabilidad... [1]
Un perro andaluz: desde su primera película el deseo está presente en toda su filmografía |
... Desde los
catorce años hasta estos últimos tiempos, el deseo sexual no me ha abandonado
jamás. Un deseo poderoso, cotidiano, más exigente incluso que el hambre, más
difícil a menudo de satisfacer. Apenas tenía un momento de descanso, apenas me
sentaba, por ejemplo, en un compartimento de tren, cuando me envolvían
innumerables imágenes eróticas. Imposible resistir a este deseo, dominarlo,
olvidarlo. No podía sino ceder a él. Después de lo cual, volvía a
experimentarlo, todavía con más fuerza.[3]
Reconozco que el
mundo de mis películas tiene el tema del deseo, y como no soy homosexual, el
deseo toma naturalmente la forma de la mujer. Soy como Robinson cuando ve el
espantapájaros vestido con ropas femeninas[4].
La edad de oro: la violencia está relacionada con la no satisfacción del deseo |
Desde
el adolescente y paria social Jaibo [Los olvidados] hasta el sobrino
infantil en El fantasma de la libertad, el gánster con dientes de metal en Belle
de jour, o don Jaime en Viridiana, las películas de Buñuel
estudian los impulsos irreprimibles de los hombres...
En algunas ocasiones, a través de una fuerza
interna o por medio de una ley aleatoria, los hombres no tienen dificultad para
disfrutar de unas relaciones adecuadas con las mujeres...Pero con mayor
frecuencia el amor convierte a los hombres en peleles, no sólo porque una y
otra vez se enamoran de mujeres inadecuadas, sino a menudo debido a que las
circunstancias los han incapacitado para tener una relación satisfactoria con
las mujeres a las que desean. La primera categoría –los hombres que de un modo
u otro se ven engañados o explotados por mujeres intrigantes- incluye entre sus
ejemplos más interesantes a Vázquez en Los ambiciosos, Pedro en El
bruto, o Mateo en Ese oscuro objeto del deseo; la
segunda, a Archibaldo en Ensayo de un crimen o Francisco en Él.
Él: el deseo convierte a Francisco en tirano |
A
la mayoría de los hombres de Buñuel les resulta difícil resistirse al encanto
de mujeres que están fuera de su alcance; su sinceridad y firmeza masculina no
suponen barrera alguna para la mujer devoradora de películas como El
bruto, Los ambiciosos o Susana...[5]
El
deseo suele satisfacerse en muchos de los filmes de Buñuel a través de una
persona o cosa interpuesta: en La edad de oro, la heroína lamerá el
dedo gordo del pie de una estatua cuando el amante, sin haberla satisfecho, la
deja sola. En Susana, Fernando Soler besará apasionadamente a su esposa
después de ser encendido por la cercana presencia de Rosita Quintana. En El
bruto, Katy Jurado irá a hacer el amor con su decrépito marido, Andrés
Soler, al que unos momentos antes había rechazado, sólo para satisfacer los
impulsos eróticos que ha despertado en ella la llegada de Pedro Armendáriz. En Robinson
Crusoe, el náufrago, separado por fuerza de toda presencia femenina,
vestirá a un espantapájaros con ropas de mujer. En Viridiana y en Diario de una camarera,
dos viejos viudos obligarán a una joven a vestir las prendas de la esposa
muerta. Y así, en casi todos los filmes de Buñuel, la ausencia del ser deseado
pretenderá ser remediada por sustitución..[6]
Abismos de pasión: el deseo puede transformarlo en un ser asocial |
Si
convenimos con González Requena que “el deseo es lo que preside todos los
enunciados de la escritura buñueliana”, resulta sorprendente la variedad de
perspectivas y registros que el autor utiliza para encauzar su poética en torno
al tema, desde la escritura automática (Un perro andaluz, La edad de oro), el
romanticismo (Abismos de pasión), el psicoanálisis (Ensayo de un crimen, Él
...), las teorías sadianas (Belle de jour), la tradición
hispánica en general (Viridiana) y la literatura
galdosiana en particular (Tristana).[7]
La
atracción hacia el ser deseado en lucha contra los obstáculos que se interponen
en la realización de tal deseo, es la base de sus dos primeros filmes Un
perro andaluz y La edad de oro. En éste último,
Buñuel pone de manifiesto toda la serie de trabas e inconvenientes que la
sociedad pone en marcha para evitar que se unan los cuerpos de una pareja de
amantes.
En
la película, el deseo va unido a la destrucción, en deseo de destruir,
personificado en el protagonista: patada a un perro, aplasta un escarabajo,
puntapié a un ciego. El deseo erótico se transforma en deseo de destruir
agravado por la imposibilidad de su satisfacción.[8]
En
Modot el deseo es provocación asumida, escándalo, insulto a la sociedad,
profanación de los valores "sagrados": bofetadas a las madres
demasiado fastidiosas, puntapiés al ciego, piedad zaherida, ministro injuriado,
sexo triunfante.[9]
Nazarín: ¿masoquismo en la relación entre Beatriz y el Pinto |
Mientras
en La
edad de oro el tema del deseo aparecía de forma muy explícita, no
ocurre lo mismo en sus películas comerciales. “De manera que Buñuel ha de
enmascarar ahora dentro de la gestualidad cotidiana los aparatosos
comportamientos de los protagonistas de aquella película suya de 1930.[10]
Y ello le lleva a redoblar su ingenio. Algunos ejemplos:
·
En
El
gran calavera: En la escena en que
Virginia está tendiendo la ropa y Pablo la ayuda, el deseo se
expresa por los gestos: estrujan la ropa
a medida que aumenta el deseo.
·
En La
ilusión viaja en tranvía: La forma en que Lupita mordisquea la mazorca
de maíz mientras habla con Juan.
En
su reflexión sobre las pulsiones, Deleuze nos dice que si bien éstas son
elementales o brutales también toman figuras muy complejas, bizarras o
insólitas, con relación al medio del que derivan o aparecen, y son inseparables
de los comportamientos perversos que producen y animan canibalistas,
sado–masoquistas o necrófilos. Todo el inventario se despliega en el cine de
Buñuel y se enriquece con pulsiones y perversiones propiamente espirituales y
todavía más complejas: Francisco, Archivaldo y Nazarín están dotados de ellas.[11]
·
En
Él,
el protagonista, a pesar de sus principios burgueses y religiosos, el amor loco
y la posesión amorosa por ser amado lo transforma en tirano.
El discreto encanto de la burguesía o la imposibilidad de satisfacer el deseo |
·
En
Nazarín,
el sentimiento que liga a Beatriz con el Pinto es totalmente erótico, y no está
lejos del masoquismo porque implica sumisión y la agresividad ligada al deseo.[12]
·
En
Abismos
de pasión Buñuel muestra cómo la pasión transforma en monstruos
asociales aquellos que son devorados por ella. En esta película continúa los
propósitos de La edad de oro: la
pasión amorosa que hace de la pareja formada por Alejandro y Catalina, primero
servirse de sus entornos respectivos para satisfacer su odio y su venganza, una
máquina de destrucción suicida.
·
Belle de jour es una investigación sobre las
motivaciones del deseo femenino a través del personaje de Séverine.[13]
El fantasma de la libertad: el deseo no respeta nada: el sobrino desea a su tía |
·
En
Tristana
el deseo está entroncado con el erotismo. El impulso sexual de Tristana no
termina con la amputación de la pierna, lo que prueba la fuerza inextinguible
del deseo. Don Lope, Horacio y Saturno desean a Tristana. El impulso sexual de
ésta sigue vivo después de la operación, como se percibe en la relación con
Saturno. Y la amputación tampoco acaba
con el que siente don Lope por ella; sin embargo, sus deseos de acostarse con
la que llega a ser su esposa quedan abortados.[14]
·
En
El
discreto encanto de la burguesía, el deseo de cenar o tener relaciones
sexuales se ve continuamente frustrado.
·
Y
qué decir de su última película. En Ese oscuro objeto del deseo, el
deseo del protagonista masculino y las humillaciones que sufre por parte de la
mujer amada son el eje de toda la película.
De
forma genérica cabe mantener que toda la obra de Buñuel nace la frustración de
un deseo. Por eso todas las películas de Buñuel pueden ser consideradas como
una especie de sucesión de actos fallidos.
Ese oscuro del objeto del deseo: Las continas humillaciones a las que se ve sometido Mateo |
Para
Buñuel el motor del mundo es el deseo.
[1] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, Pág. 23
[2] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, Pág.51
[3] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, Pág.144
[4] Tomás Pérez Turrent y José de la
Colina: Buñuel por Buñuel, Plot,
1993, Pág.147
[5] Peter William Evans: Las películas de Luis Buñuel, Paidós,
1998, Pág. 91
[6] Francisco Sánchez : Siglo Buñuel, Conaculta, México, 2000, Pág. 82
[7] Pablo Pérez/Javier Hernández: Luis Buñuel y el melodrama. En: Vértigo, nº 11. Pág. 34
[8] Manuel López Villegas: Sade y Buñuel, Instituto de Estudios
Turolenses, 1998, Pág. 77
[9] Freddy Buache: Luis Buñuel, Guadarrama, 1976, Pág. 81
[10] Agustín Sánchez Vidal: El mundo de Luis Buñuel, Caja de Ahorros
de la Inmaculada, 1993, Pág.77
[11] Víctor Fuentes: Buñuel en México, Instituto de Estudios
Turolenses, 1993, Pág. 121
[12] Iván H. Ávila Dueñas: El cine mexicano de Luis Buñuel, IMCINE, 1993, Pág. 209
[13] Carlos Tejada: De anhelos, delirios, visiones y naufragios: los seres maltratados de
Luis Buñuel. En: Nickelodeon, nº 13, invierno
1998, Pág. 48
[14] Aitor Bikandi-Mejias: Galaxia Textual: cine y literatura, Tristana
(Galdós y Buñuel), Pliegos, 1997, Pág. 151
[15] Antonio Castro : Evolución y permanencia de las obsesiones en
Buñuel, En : Obsesión es Buñuel,
Asociación Luis Buñuel, 2001, Pág. 336
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