Buñuel visto por (y 10) .... Mí (conclusiones)

Buñuel, a lo largo de su vida, supo “publicitarse”, crearse una “imagen”. En sus diferentes declaraciones procuraba mantener “su persona” y su familia totalmente al margen y solía repetir los mismos tópicos y cuando murió, como suele ocurrir casi siempre, todo el mundo alaba al muerto.
Vistas en conjunto, las distintas opiniones, que familiares y amigos han manifestado, vienen a resaltar más los aspectos positivos de Buñuel, que los negativos. Es normal, que sus hijos sólo destaquen aspectos positivos, aunque se relacionaran poco con él. Su mujer, aunque le criticó algunas cosas, tampoco contó mucho. Y los demás por “respeto al maestro” pues tampoco dicen mucho. El más perspicaz fue sin duda Max Aub, porque le trataba de tú a tú, como un igual y porque habían tenido vidas paralelas en muchos sentidos y al que Buñuel le tenía un cierto “miedo”. Sabía por donde tirarle, aunque eso no quita para que también lo engañara en algunas cosas, como su no militancia en el Partido Comunista.
Para intentar descubrir cómo era Buñuel tenemos que partir de dos puntos:
  • Cuando le interesaba, podía ser bastante mentiroso.
  • Durante toda su existencia procuró mantener su vida privada al margen de su vida pública.


Si juntamos los dos puntos anteriores tenemos que en cuestiones relacionadas con su vida privada, familiar, etc. es muy poco de fiar. A esto tenemos que añadirle que las principales fuentes de información personal que tenemos, son de un Buñuel ya mayor (entre 69 y 81 años): Conversaciones con Buñuel/Luis Buñuel, novela (1969-71) y Mi último suspiro (1981), tendremos que sumarle las posibles tergiversaciones propias de la edad. (los años entre paréntesis son los de las entrevistas/redacción, no de la publicación de los libros). El libro Prohibido asomarse al interior/Buñuel por Buñuel (1975-77), como su título indica, no habla de su vida privada, solo trata de sus películas.
            Además, Buñuel tenía el defecto de atribuirse méritos que en realidad no le correspondían, al menos totalmente. Ningunear la colaboración de Dalí en el guión de La edad de oro (1930) o atribuirse la iniciativa de la creación de Filmófono, en su vertiente de productora cinematográfica,  son dos ejemplos de lo que estoy diciendo. No es cierto que no le interesaran los  premios, ni lo que se dijera de sus películas. Aunque los guardaba en un armario, tenía una lista de todos los que le habían concedido y además guardaba unos álbumes con las críticas de sus películas.
A Buñuel no le gustaban los personajes muy positivos o muy negativos. Los prefería ambiguos, con contradicciones, es decir “humanos”, como él, que arrastraba también las suyas.
            Como hijo del más rico de Calanda, creció imponiendo su parecer entre sus amigos. Si además tenemos en cuenta que era el primogénito y que le seguían varias hermanas, pues con ellas ocurrió lo mismo. Ese espíritu mandón se prolongó durante su estancia en la Residencia, y en algunos aspectos, el resto de su vida. Recordemos que en su etapa de Filmófono  hizo de productor ejecutivo “muy feroz” y la familia decía que era un Mussolini.
            En su juventud fue un tanto anarquista y ese espíritu inconformista, en lucha contra todo y que facilitó su identificación con los surrealistas, le duró hasta 1931 aproximadamente. Sin embargo, luego se afilió al Partido Comunista, cosa que él negó siempre, y la mayor parte de sus amigos eran comunistas.
            A partir de la época de la Residencia le gustaban las mujeres fáciles y fue un tanto enamoradizo allá por los años treinta, incluso después de estar casado, aunque algunos que le conocieron opinan que siempre le fue fiel a su esposa. Su opinión sobre la mujer era la de don Lope, en Tristana: la mujer con la pata quebrada y en casa. En sus tertulias, reuniones, comidas, las mujeres estaban “prohibidas”, incluida Jeanne, excepto con Carlos Saura que imponía la suya. La excepción que confirma la regla.
La fama que a través de su obra tiene de revolucionario, queda sólo para su obra. En la realidad, siempre puso tierra de por medio cuando pensó que podía haber algún problema para él o su familia. Así ocurrió, por ejemplo, durante la revolución de mayo de 1968, en que se fue a Bélgica. Lo más cerca que estuvo de ese espíritu combativo, es cuando apoyó la huelga de los técnicos durante la filmación de El discreto encanto de la burguesía (1972), que pedían no trabajar los sábados y dijo que si no se les concedía no trabajaba.
En cuestiones relacionadas con la familia fue muy conservador, casi puritano. Con su mujer fue un auténtico moro celoso. Quiso mucho a su mujer, pero le quitó todas sus iniciativas: la gimnasia, la música,…encaminándola hacia la costura y el bordado. Menos mal que se casó con una mujer sumisa, que estuvo dispuesta a renunciar a todo por amor hacia él. Su mujer dice que no se enfadaron nunca, lo que no impide que tuvieran discusiones terribles, como las presenció  Fernando Rey[1]. Con respecto a sus hijos, era de los que pensaban que la madre tenía que encargarse de ellos. A él le molestaban en su trabajo. Su mujer se lamentaba en sus memorias de que debía de haber estado más con ellos. Los quería mucho sí, tanto, que aun siendo mayores, tenían que volver temprano a casa, auque, como él se acostaba temprano y contaban con la complicidad de la madre, pues hacían poco caso.
Fue honesto, serio, discreto, tozudo como buen aragonés, aprensivo con su salud y obsesionado con el terrorismo.
Le gustaba mucho beber, demasiado. Los buenos vinos (el Valdepeñas ante todo) y el buen alcohol. Le encantaba el dry matini y su versión personal: el buñueloni. Dice que nunca fue un alcohólico, pero su madre, a la que quería muchísimo, ya le aconsejaba en los años treinta que no bebiera tanto, que le hacía daño. Eso sí, lo aguantaba bien y no le afectó nunca en su trabajo. Cuando rodaba en exteriores, procuraba que hubiera un buen bar cerca. Y el descanso en el trabajo, a la una menos cuarto para la comida eran sagrados. También fumó mucho durante toda su vida y como no hay dos sin tres, le gustaba la buena comida.
Entre sus manías destaca ante todo la puntualidad, de la que era un obseso,  hasta el punto de llegar a salirse de sí, si los demás no eran puntuales. Si se ha quedado con Buñuel a las 12, no es a las doce menos un minuto ni a las doce y un minuto. Un auténtico maniático y casi lo mismo con el orden. Notaba si alguien había tocado alguna de sus cosas y tenía uno de sus característicos arranques de ira.
Era tímido y exceptuando a los amigos, le gustaba mantener a la gente lejos. Era algo “tosco” en su relación con los demás. Sin embargo, le encantaba conversar con sus amigos, aunque conforme fue afianzándose su sordera el número de interlocutores se fue reduciendo. Familiares y amigos procuraban no armar alboroto y hablar de uno en uno. En sus últimos años solía comer con una sola persona por los problemas con la audición. Para trabajar en sus guiones le gustaban los lugares solitarios (y que tuvieran un buen bar).
Era fiel a sus amigos y muy educado, no permitía un maleducado ni un vago, era tozudo y defendía con pasión sus convicciones e incapaz de aguantar lo que le molesta. Era generoso y se preocupaba por los demás. En sus rodajes en México solía incluir a exiliados[2] para ayudarles y siempre procuró que sus productores no perdieran dinero, era un tema que le preocupaba.
Todos coinciden en que era un hombre con mucho humor, aunque algunos de los que tuvieron que sufrir sus bromas las consideraban pesadas. Sin embargo, cuando se cabreaba, podía tener unos arranques de violencia terribles:[3]

Max Aub: Pero tú eres un hombre violento en el sentido de que eres capaz del disparate, ¿verdad?
Luis Buñuel: Sí, es cierto. Sin poder frenarme. Aunque a los dos minutos recorro mi camino en el sentido contrario.
M.A.: Bueno, pero esos dos minutos…
L. B.: Lo primero es instintivo y por encima de mis razones, la violencia me sale. Ahora ya pocas veces, pero me ha servido mucho.
[…]
M.A.: Y no podías dominarte.
L.B.: No. Me doy cuenta, pero contra la violencia no puedo. Es como un ataque de epilepsia.
Era una persona muy meticulosa en su trabajo y honrado. Los ejemplos serían muchos, pero bastan dos: su empeño en justificar todas sus cuentas ante los Vizcondes de Noailles que le financiaron la película La edad de oro y la devolución del dinero que puso Ramón Acín para la película La Hurdes, a sus hijas.
            Era celoso de su vida privada, no compartiéndola ni con su familia, y como consecuencia, no le gustaban los periodistas, ni las entrevistas. Podía ser muy embustero si le interesaba, sobre todo en cuestiones relacionadas con su vida privada. Con los años, aunque es verdad que estaba cada vez más sordo, utilizaba la sordera a su conveniencia: si le hacían alguna pregunta que no le interesaba contestar se ponía la mano detrás de la oreja, indicio de que no había oído bien. También le servía para desconectar el aparato cuando no le interesaba la situación y dedicarse a sus meditaciones.
Entre sus aficiones están las armas: le gustaba disparar con ellas, aunque dicen que la caza no. Desde niño le encantaron los animales. Soñar y recordar lo soñado, la lectura y la conversación con los amigos.  
Aunque fuera un burgués al que le gustaba vivir bien, Buñuel fue un hombre austero, que no dilapidaba su dinero. Sus gastos extraordinarios lo constituía su colección de armas. Se hizo una buena casa, y prefería gastarlo en buena comida y mejor aún, buena bebida.

Nunca se sintió mexicano, sino español. A él le hubiera gustado venirse a España, pero era ya mayor para meterse en todo el jaleo del traslado y su mujer no quería. No le gustaba hacer turismo. Viajaba por motivos de trabajo a París o a España, en donde podía seguir llevando sus ritos habituales sin problemas: aperitivos, siesta, etc. Tenía miedo de que le pasara algo en medio de algún viaje.
Vista la vida que llevó, verse al final de la misma, diabético, con cáncer y los años, que no es poca cosa, es lógico que ante la recomendación de los médicos, reaccionara diciendo:
"¡Estoy de muy mala leche! Los médicos me han prohibido fumar, me han prohibido beber... ¡Coño, esto no puede ser!".



[1] “Como ocurre con todos los genios, era un tipo deformado, lo que lo hacía insoportable en ocasiones. No me extraña que su mujer, Jeanne, lo critique en sus “Memorias” y se meta con él, porque yo los conozco a los dos y he presenciado terribles discusiones en su casa”. En: Pascual Cebollada: Fernando Rey, C.I.L.E.H., 1992, pág. 50
[2] Entrevista con Eduardo McGregor, en Cuadernos hispanoamericanos, nº 603, 2000, pág. 40. Cuando concluyó el rodaje [de Simón del desierto] colocados en fila todos los actores exiliados, Don Luis los fue despidiendo uno a uno.
Hubo quien le agradeció aquel trabajo, pero él repuso: "No diga eso. Usted es un refugiado y con eso es bastante. ¡Yo soy solidario, coño!".
[3] Max Aub: Luis Buñuel, novela, Cuadernos del vigía, 2013, pág. 232.

Comentarios

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