Buñuel visto por (9). . . Max Aub (2)
Después de leer el reciente libro de Max Aub Luis Buñuel, novela, he visto que hay suficiente materia interesante sobre nuestro realizador, como para añadir este nuevo post. Además es un placer leer a Max Aub.
Los números que hay al final de cada párrafo, hacen referencia a la página del libro.
Esos ojos disparejos y sobresalientes. Esa mirada fija, esa
voz gruesa, esas arrugas, profundas de la
edad, esas orejas grandes e inútiles, esa frente poderosa, ese andar echado
hacia adelante (le cuelgan un poco los brazos, como arrastrando un poco los
pies hacia los adentros); esa nariz de boxeador todavía semirrota, esas
papandujas bajo los ojos cuya mirada ya necesita, como es lógico, gafas para
leer, ese todavía buen catador de comidas españolas y francesas —sus razones tiene—
es Luis Buñuel.(49)
Buñuel, brusco, impulsivo (por algo adicto a lo irracional),
fogoso, extremista, arrebatado, furibundo, no por ello implacable —ni mucho
menos—, capaz de perdonar en cuanto asoma el recuerdo o el sentimiento, bien
educado pero incapaz de aguantar lo que le molesta, ardoroso pero tímido,
enemigo de cualquier publicidad, sin interés por lo desconocido, amigo de la
buena mesa y catador de toda clase de vinos, es pólvora, es viento, es ira y
descomedimiento.
Ensarta chanzas, dice disparates, ejecuta las bromas pesadas
con un sentido fino del humor. Ríe de buenísima gana de absurdos. No se le
puede comparar con ninguno. Se deja llevar con pasión por su gusto, salvaje. Ni
incivil ni inculto, prefiere la descortesía a fallar a su convicción.
Irracional por convencimiento y razón, puede ser intratable con el más
virtuoso y abierto y amigable con el más bruto.(73-74)
Ha envejecido bien. Los años lo pulieron desde todos los
ángulos. Pero la calidad sigue siendo la misma de sus amigos, casado con una
idea más justa del mundo y de los hombres: incapaz de engañar a nadie. Con
muchos otros defectos inherentes a su condición humana y a su educación
burguesa, nido de contradicciones, como el mejor pintado. ¿Y qué? ¿Qué importa
eso frente a lo primero? Nada. Absolutamente nada. Hizo siempre lo que creyó
que debía hacer. Entran pocos en libra. (87)
Buñuel ha leído no poco, oído bastante, estudiado con
regular aprovechamiento. Su interés estaba concentrado en la biología, en los
insectos, de hecho, en el origen de la vida. Lo intelectual, de lo que no puede
prescindir, le divierte; los extremismos le hacen reír. Le importan las mujeres
fáciles, el vino de Valdepeñas, el chorizo y las charlas de café. Tiene un gran
respeto por Ramón y Cajal, por Hernando, por Bolívar. A ellos va a añadirse
Federico García Lorca, como músico y poeta. Federico va a cambiar la vida de
Buñuel, que proseguirá por extraños caminos, insospechados antes, con Dalí. Le
gustan las pinturas de Alberti. Todo cubierto por la música de Wagner y el
atletismo.
MAX AUB |
Luis Buñuel no es un niño prodigio, es un señorito rico.
Pero sin que nadie lo advirtiera, él se daba cuenta.(103)
Es curioso cómo todos los que escriben acerca de Buñuel lo
hacen como para defenderlo. No es esto, no es lo otro, no es lo de más allá. Ni
cruel, ni sádico, ni de izquierda, ni comunista, ni católico, ni arrepentido.
Lo definen y defienden con una barrera de noes embrollados y enrevesados como
alambres de púas. ¡No me lo toquen! Acaban por demostrar que no es nada, blanca
paloma. Y hasta llegan a decir —como homenaje—que es persona honrada. ¡Eso
faltaba! Y sincero, para acabar de rematar. De honrados y sinceros supongo que
está lleno el almacén de películas inservibles para el arte.(109)
Luis Buñuel no es hombre de cortejo ni de procesión sino
que, sin pretender imponerse, es como es y no es capaz de variar de pensamiento
o de decisión. Tozudez baturra suelen llamar a esa manera. Es posible que lo
sea en quienes la cerrazón del espíritu lleva a emperrarse en lo suyo. No es,
naturalmente, el caso de nuestro hombre. Oye —oía—, ve, se entera pero como si
nada: sigue en sus trece. No quiero decir con ello que no se equivoque. Mas no
le importa. Las equivocaciones también tienen su encanto.(111)
Buñuel no es Guillén ni Salinas. Lo que le gustan son los
bares, los bistrós, los cafés, los amigos, las mujeres de la calle (si no hay
más remedio), las bromas, los chistes. El mundo se ha hecho para reír y
burlarse de él, ferozmente si es posible. Para reírse, aprovecharse de las
mujeres, perder el tiempo o pasar el rato, existe el portentoso invento del
cinema. Las bromas, los disfraces y las borracheras completan el empleo del
tiempo.(112)
Jamás ha querido Buñuel ir más allá de lo que es. Todo su
arte, como cualquiera, está en la manera de señalarlo. Educado en una moral
rígida y una religión que tiene a esta por norte, Buñuel se rebeló tan pronto
como pudo (ayudado por su fuerza personal, su apostura y la fortuna familiar),
primero haciendo toda clase de extravagancias y, cuando le bajó de los cielos
de la oscuridad, por carisma, la forma posible de la expresión del “furor
ético" caro a Valle-Inclán, se dedicó a dar firma a su inconformidad, casando
extremos irreconciliables. Así pasó Buñuel de señorito a apóstol de la crueldad
cinematográfica poniendo en relieve —en blanco y negro y luego en color— la
injusticia en que se basa la organización de la sociedad de nuestro tiempo y,
por la época que le tocó vivir, decantó naturalmente hacia el
comunismo.(164-165)
Buñuel no ha estado nunca preso, ni desterrado. Emigrado,
sí; como su padre. La emigración, hoy, no deja trazas; los aviones son una
vacuna contra esa viruela que antes dejaba señales indelebles. Buñuel ha sido
un propagandista —no un teórico— de la revolución (sin saber cual) por
inconformidad idealista ya que, desde el punto de vista material está totalmente
de acuerdo —y aun con excesos— con la vida acomodada que lleva y a lo que ha
estado acostumbrado desde que nació rico. No es excepción entre sus compañeros,
aun los pobres.(180)
Calvo, serio, entre oso y árbol corpulento, sordo —un poco
porque la sordera le aparta del mundo, que no quiere—, Luis Buñuel gusta más de
lo que dice de la lisonja y se enfada, tanto como lo demuestra, cuando se le
engaña o piensa que no le otorgan lo que cree merecer. Solo se encuentra a
gusto solo, o con algunos —pocos— de sus amigos. No le importan los conocidos.
Vive para adentro ocupado en hacer películas. Quiera que no, con el tiempo,
algo tiene de actor. De actor de carácter; diría yo de mucho carácter. No hay
quien le apee.(192)
Cada vez me doy más cuenta de que Buñuel no fue, no es más
que un señorito de su (mi) tiempo. Rico, ateo, comunista (hasta donde puede
serlo un señorito rico); genial como director de cine y blasfemo, auténtico:
no intenta engañar a nadie, putero, cazador, atrabiliario y buena persona, muy
mirado de lo suyo (no avaro pero poco amigo de hacer favores), cuidadoso del
qué dirán, maestro en unos cuantos trucos publicitarios tan pronto como vio que
eran buenos de usar. Como todo autor, susceptible del qué dirán de él, lo
suficientemente seguro de su fama para decir lo que piensa. Aprensivo de su
salud, muy dado a las críticas. Buen negociante, amigo del pago estrictamente
justo. Egoísta como cualquier burgués, lo que le impide ocuparse de política,
que adora.(198)
Desconfía de la solidaridad, odia la limosna, detesta la filantropía.
Estamos bastante lejos del Evangelio y, sin embargo, es el evangelio de su
dios hecho a la hechura y semejanza de los hombres. De ahí su asombro y
adoración por todo lo vivo, insectos, animales que se fían de su instinto y
carecen de razón. De ahí el desconcierto de tantos católicos ante sus películas,
que no acaban de descifrar, todavía —¿por cuánto tiempo?— acostumbrados por
veinte siglos de creernos hechos a semejanza de un Creador. Luis Buñuel cree en
la materia, es el cineasta materialista por excelencia, el que ve, por eso tanto los materialistas históricos como los
idealistas más o menos puros se quedan de piedra al juzgar sus obras. En las películas
de Buñuel no se salva nadie. (287)
Si quieres leer más sobre el libro pulsa aquí.
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Max Aub: Luis Buñuel, novela. Cuadernos del vigía, 2013. 45€
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