El último aliento de Luis Buñuel

Luis Buñuel murió el 29 de julio de 1983, aunque ya llevaba meses enfermo. Según su esposa, Jeanne Rucar “comenzó a ponerse mal después de la visita que le hizo el presidente Miguel de la Madrid el 22 de febrero de 1983, el cumpleaños de Luis… Poco a poco tuvo dificultades para caminar. Procuré estar a su lado cuando se duchaba, por si le fallaban las piernas. Colocó una de sus pistolas en el cajón de la mesa de noche con un sobre cerrado: PARA SER ABIERTO CUANDO MUERA.
Imagino que pensó, durante su enfermedad, en el suicidio…
Era diabético, su salud empeoró paulatinamente: las piernas, luego los ojos, comenzaron a fallarle, no podía leer, eso lo irritaba. Contratamos a una enfermera para que me ayudara a bañarlo y a cuidarlo. No se dejaba bañar por ella. «Vamos, don Luis, si no nací ayer...» «No.» Pobre Luis: desesperado, sin libros, sin salidas y hasta con dificultades para hablar. Sólo las visitas del padre Julián le daban la oportunidad de escapar un rato, cada tarde, de su enfermedad. Procuraba no salir, sabía que a Luis lo reconfortaba saberme cerca. Salí una vez, aprovechando la visita del padre Julián:
—Luis, tengo que ir al doctor. No tardo. En una hora estoy de vuelta.
Lo besé. Se puso a llorar. Esas lágrimas me inundaron el corazón. Fue la segunda y última vez que lo vi llorar. ¡Qué tan débil no estaría! Cuando murió nuestra perra «Tristana» él me comentó: «Es curioso, Jeanne, al enterarme de la muerte de mi hermano no lloré, en cambio por "Tristana" sí, vivió ocho años con nosotros.» Es triste la vida.[1]
Luis era consciente que se le escapaba la vida, de su decrepitud y quiso despedirse de sus amigos antes de que la evolución de su salud se lo pudiera impedir. Como ejemplo de todo esto leamos lo narrado por José de la Colina: “Un día de 1983 me llamó por teléfono: “De la Colina, venga usted mañana a casa a las cinco de la tarde; tengo algo para usted, y de paso nos despediremos.” Con el corazón encogido, porque ya sabía que desde hacía unos días Buñuel telefoneaba dando citas similares a otros amigos, fui hipócrita y pregunté: “Don Luis, ¿va usted a salir de viaje?”.
— No, ningún viaje; venga usted a las cinco de la tarde —me respondió.
En el volksvaguen fui al día siguiente… Él me esperaba ya en el recibidor… De pie, con un sorprendente aspecto de fragilidad, pero bien erguido, estaba junto a un gran bulto rectangular y vertical envuelto en papel de estraza y atado con cuerdas.
Me esforcé en aparentar serenidad cuando don Luis con voz grave pero no solemne dijo las últimas palabras que yo le oiría:
—Amigo De la Colina, voy a prepararme para bien morir. No nos veremos ya, ni responderé al teléfono. Acepte usted esto [el paquete a su lado]como un recuerdo mío. Gracias por la amistad, por los buenos momentos que hemos compartido y hasta por algunas riñas que nos han hecho más amigos. Venga un abrazo.
Me estremeció tanta grandeza… Tras el abrazo y un cobarde “hasta luego, don Luis”, tomé el paquete, salí de la casa… El regalo de don Luis (entre los que en la despedida también hizo a otros amigos) era la edición príncipe en inglés de Las mil y una noches traducidas y anotadas por Richard Burton[2]
En una de las visitas que le hizo el padre Julián durante aquellas fechas Buñuel le confesó: «Me gustaría que Jeanne muriera antes que yo. ¿Qué va a hacer sola, la pobre?»[3]
Buñuel escribió dos cartas con instrucciones de que sólo debían ser abiertas después de su muerte...
“—Dejó una carta dirigida a mí y otra para todos. En la carta que entregó a su gran amigo el padre Julián decía esto: “Si me mato, no es la culpa de nadie, será sólo mía”, Como tenía la pistola en la cabecera, en algún momento debió tener la tentación del suicidio.
—Qué decía la que iba dirigida a usted?
— Lo esencial es esta frase: “Juana, tú fuiste la única mujer de toda mi vida”. Fue una carta emotiva que me hizo mucho bien. Me gustó mucho que escribiera aquella carta, pobrecito. La guardo con mucho amor.” [4]
Su esposa refirió: Luis empeoró. Recibí un telegrama de Rafael: «Llego mañana a ver a papá.»
—Luis, Rafael viene a verte. ¿No te da gusto? —Sí. Vendrá para verme morir.
—Es imbécil lo que dices, Luis. Viene de vacaciones, a estar con nosotros.
Rafael llegó en la mañana. Esa misma tarde Luis entró en coma diabético, el doctor ordenó internarlo en el hospital. Le sacaron dieciocho litros de agua. Estuvo inconsciente más de veinticuatro horas. Al fin recobró el conocimiento. Me pidió:
—Jeanne, dame un cigarro.
—No hay cigarro Luis.
—Sí, en el cajón de la mesa de noche hay tabaco.
—Luis, no estamos en casa. Te pusiste mal y estamos en el hospital.
—¿En cuál?
—En el Inglés.
—¡Cómo les va a costar a los chicos! -Luis siempre pensó en sus hijos.
El doctor Césarman pasó a revisarlo.
—Doctor, me apetece un cigarro.
—Cómo no, don Luis.
El doctor le ofreció uno. Lo fumó con placer.”[5]
Como es lógico “el hospital estaba alborotado por la presencia de un paciente ilustre: el director de cine Luis Buñuel. Todos en el hospital deseaban encontrar algún pretexto que les permitiera entrar a la habitación de don Luis, de 83 años, internado con un coma hepático.”[6]
No es ningún secreto que Buñuel fue durante toda su vida un gran fumador y un gran bebedor, cosa que él mismo reconocía: Llevo cuarenta años bebiendo, soy un alcohólico. Bebo a diario el equivalente a dos botellas de vino, pero no sólo por la noche, eso es lo malo, también al medio­día... Pero como el hígado sigue aguantando, yo sigo.[7]
Consciente de la cantidad de alcohol que bebía la preocupación por su hígado se remonta a bastantes años antes. En 1950 escribió: Hace un año tenía, según me dijeron, destrozada la vesícula biliar. Me he repuesto y sigo bebiendo como un cosaco.[7a]  En 1966 reconoce a su amigo Muñoz Suay: Cuando llegué a México, ahora en el último viaje, como había bebido mucho en España temí que tuviese cirrosis y me hicieron varios análisis. Me vio tu amigo el Dr. Puche y me dijo que estoy muy bien. Yo no como mucho, pero bebo. Estoy alcoholizado. (se ríe).[8] 
Posteriormente en 1979 escribió: Intentaban hacerme un par de intervenciones quirúrgicas a las que finalmente me he negado. Me encuentro mucho mejor hasta el próximo ataque, pongo por ejemplo, de vesícula biliar. [8a] Así pues, Buñuel llevaba muchos años preocupado por el estado de su hígado y fue la cirrosis la que al final provocó su ingreso en el hospital.
El lunes 25 el estado de salud del cineasta mejoró mucho y fue trasladado al área de terapia intermedia, donde se encuentran los enfermos delicados pero no graves. En las últimas horas la enfermedad metabólica de Luis Buñuel se complicó con padecimientos renales y cardiacos… En el hospital sólo se informa de que Buñuel está en la sala de terapia intermedia, pero no se da ningún dato concreto sobre su estado real.[9]
Sólo unas horas entre ese estado estacionario de los partes médicos que el hospital inglés de esta capital remitía con discreción y su fallecimiento.; Lo vimos por última vez en su habitación de la clínica. Tendido, con los ojos fijos en el techo y la boca semi abierta, mudo porque la lucidez no lo acompañaba en su agonía.[10]
“El 29 de julio de 1983, en la mañana, la enfermera lo colocó de costado para que su cuerpo descansara de la posición anterior. Yo acerqué una silla a la cabecera y tomé sus manos entre las mías. Al rato sentí que algo le molestaba:
—¿Cómo estás Luis?
—Me muero.
En ese momento noté que su pulso se detenía. Sin soltarlo, toqué el timbre y grité pidiendo ayuda. [11]
Eran poco más de las 16 horas. En esos momentos el Dr. Maxwell era el Jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital. Tenía 28 años. De inmediato el Dr. Maxwell responde gritándole a todo mundo que deben correr al cuarto de Buñuel para hacerle maniobras de reanimación cardiopulmonar.
Llegamos con el carro rojo, desfibrilador y todos listos para empezar las maniobras de reanimación, y de repente tomé una decisión que desconcertó a todos mis colaboradores:
-No le vamos a hacer nada, dije.
Vamos a dejarlo morir en paz. Está muy grave y si lo sacamos del paro lo tenemos que meter a la unidad de cuidados intensivos, intubado, con un respirador...
Mis compañeros doctores y las enfermeras se me echaron encima:
"¿Cómo que no le va a hacer nada? Es Luis Buñuel, el famoso director de cine mundialmente conocido".
El joven doctor siente la mirada de sus colaboradores que lo "perforan" pero no logran hacerle cambiar la decisión.
No sé de dónde me llegó la idea de no hacer nada.
Siempre he querido saber de dónde salen este tipo de ideas o de decisiones que tomo, y la única explicación que puedo dar es que es mi guía interior la que me dice qué es lo que tengo que hacer.
Hay veces en que la guía interior dice que tengo que hacer algo y mi mente me dice: "No lo hagas".
En este caso creo que lo que pasó fue que mi guía interior me dijo que no hiciera nada y mi razón pensó de igual manera.
No me sentí bien por haber dejado morir a alguien a quien yo admiraba mucho por su trabajo en el cine... [12]
La familia del fallecido declinó el ofrecimiento de que el cadáver fuera velado en un recinto oficial.
Según diversas versiones, las autoridades de éste país pusieron a disposición de la familia del cineasta el palacio de Bellas Artes, para que el pueblo pudiera rendir su último homenaje al director, que había escogido estas tierras como residencia hace ya muchos años.
Los restos mortales del realizador permanecieron expuestos al público en la capilla de una agencia funeraria privada, situada a unas cuantas manzanas del domicilió en el que, durante muchos años, vivió Buñuel en la capital de México.[13]Hablamos de la funeraria Gayosso.
Jeanne Rucar: El velorio fue en Gayosso, organizado por Rafael. Juan Luis no pudo venir, estaba en París dirigiendo una película. No dejé entrar a nadie de la prensa o a extraños. De la Madrid envió como representante suyo a Alberto Isaac, Director General de Cinematografía y amigo de la familia.
Me parece que ya conté mi incapacidad para llorar. Tal vez, cuando todo el cuerpo se convierte en dolor, uno es incapaz de llorar. Yo caminaba de un lado al otro del velatorio, vestida de rojo.
Anita Mantecón sollozaba, enlutada. Varias personas le fueron a dar el pésame a ella, creyéndola la viuda.[14]
La capilla tenía el número 9, al sur de la ciudad. A la entrada, un escueto aviso: señor Luís Buñuel Puértolas [Portolés]. Día 30. 13 horas termina la velación. Familiares, algunos amigos íntimos como Taibo, Alcorisa [Alcoriza] y Genovés, los tres españoles y los tres mejicanos de adopción. Junto a ellos, Manuel Bartlett Díaz, secretario de Gobernación y representante en el sepelio del gobierno mejicano y la prensa, agolpada a la entrada, con las cámaras en ristre esperando la salida del ataúd rumbo al crematorio. El sarcófago sobrio, sin crucifijo que pudiera alterar el profundo ateísmo de Buñuel. Unas cuantas coronas del Ateneo Republicano, de Luis Echeverría, ex presidente de Méjico y afuera el cortejo, reducido porque el cineasta español siempre huyó de la publicidad y más aún cuando ésta pudiera alimentarse de su propia muerte. Su esposa Jeanne y su hijo Rafael tranquilos, conversando con los amigos de la familia sabedores de que don Luis al fin ha logrado el descanso. Un sepelio sin pretensiones que culminó en Lomas Altas, con la incineración de los restos de Buñuel, tal como él había deseado en varias ocasiones.[15]
Jeanne Rucar: Acompañaron a Rafael a la cremación, el padre Julián y nuestra vecina, Luisita Galán. No quise asistir. No quiero que se sepa el lugar en donde están los restos de Luis, es un secreto.[16]
Ese mismo día las campanas de la iglesia del Pilar de Calanda sorprendieron a los calandinos con su tañir fúnebre: tocaban por la muerte de su hijo predilecto.

El doctor Maxwell convivió con esa secreta "culpa" dentro suyo, hasta que un año y medio después lee en las páginas finales de Mi último suspiro, el libro de memorias de Luis Buñuel, un párrafo donde el cineasta dice que cuando llegue al final de su vida ojalá se encuentre con un médico que se compadezca de él y lo deje morir en paz, en lugar de pasarlo a una unidad de cuidados intensivos donde lo iban a llenar de catéteres y tubos...[17]

Circulan varias versiones sobre la causa de su muerte: cáncer, cirrosis… Para mí una persona que muere a sus 83 años muere de viejo.


[1] Jean Rucar de Buñuel: Memorias de una mujer sin piano, Alianza, 1991, págs.: 130-31
[2] José de la Colina: El último momento con don Luis, Letras libres, 29 julio 2013
[3] Jean Rucar de Buñuel: Memorias de una mujer sin piano, Alianza, 1991, págs.: 132
[4] Jeanne Rucar: Yo fui la cocinera de Luis Buñuel, La Vanguardia, 5/9/1989, pág. 36
[5] Jean Rucar de Buñuel: Memorias de una mujer sin piano, Alianza, 1991, págs.: 132
[6] Conversación del doctor Maxwell con Eliseo Subiela, en El País: 9/10/2010, suplemento Babelia, pág. 23
[7] Carlos Rodríguez Sanz, Manuel Pérez Estremera, Vicente Molina Foix y Augusto M. Torres, Nuestro cine, nº 63, julio 1967. Tomado de Augusto M. Torres: Buñuel y sus discípulos, Huerga y Fierro, 2005, pág. 48
[7a] Carta de Luis Buñuel a Lulu Jourdain de fecha 30/8/1950. En: Los olvidados, Instituto de Estudios Turolenses, 2007, pág. 643
[8] Ricardo Muñoz Suay en: En torno a Buñuel, Cuadernos de la Academia, nº 7-8, agosto 2000, pág. 599
[8a] Carta a José Rubia Barcia de 16/04/1979, en: Con Luis Buñuel en Hollywood y después, Edicios do Castro, 1992, pág. 99
[9] El País, 30/7/1983
[10] Luis Vinalopo: La Vanguardia, 31/7/1983, pág. 32
[11] Jean Rucar de Buñuel: Memorias de una mujer sin piano, Alianza, 1991, págs.: 132-33
[12] Conversación del doctor Maxwell con Eliseo Subiela, en El País: 9/10/2010, suplemento Babelia, pág. 23
[13] ABC, 31/7/1983, pág. 4
[14] Jean Rucar de Buñuel: Memorias de una mujer sin piano, Alianza, 1991, págs.: 130-33
[15] Luis Vinalopo: La Vanguardia, 31/7/1983, pág. 32
[16] Jean Rucar de Buñuel: Memorias de una mujer sin piano, Alianza, 1991, págs.: 130-33
[17] Conversación del doctor Maxwell con Eliseo Subiela, en El País: 9/10/2010, suplemento Babelia, pág. 23

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