Los lugares donde Buñuel escribía sus guiones

El ritual que Luis Buñuel seguía en la confección de sus guiones es un tema que ya hemos tratado detalladamente en dos artículos: 1 y 2. Aquí, como indica el título, hablaremos un poco de los lugares en los que trabajó, de los dos más importantes.
Buñuel y Carrière en San José Purúa
Buñuel era hombre de costumbres fijas. Igual que le gustaba trabajar con el mismo equipo técnico, cuando podía claro, y repetir actores, también repetía en los mismos sitios a la hora de ponerse a redactar sus guiones con sus colaboradores, ya que como es bien sabido, Buñuel no los escribía en solitario.
Como dice uno de esos colaboradores, Jean-Claude Carrière: “Siempre le gustaba trabajar con sus raíces, sea en España o en México, y siempre en lugares aislados, lejos de todo. El monasterio de El Pau­lar, en España, el balneario de San José Purúa, en México... Creo que Buñuel escribió allí como veinte películas.[1]

El Real Monasterio de Santa María de El Paular fue, se fundó en 1390 como monasterio cartujo. Desde 1954 es una abadía benedictina. Está a unos 90 km de Madrid, en el valle del Lozoya, municipio de Rascafría. Buñuel lo conocía de muchos años antes. En sus memorias nos cuenta que solía visitarlo acompañado de García Lorca: En 1934, nos habíamos reconciliado totalmente. Aunque yo encontraba a veces que se dejaba sumergir por un número demasiado grande de admiradores, pasábamos juntos largos ratos. Frecuentemente, acompañados por Ugarte, subíamos a mi «Ford» para relajarnos durante unas horas en la soledad gótica de El Paular. El lugar se hallaba en ruinas, pero seis o siete habitaciones, muy escasamente amuebladas, estaban reservadas a las Bellas Artes. Se podía incluso pasar la noche en ellas, a condición de llevar un saco de dormir. El pintor Peinado —con el que, cuarenta años más tarde, volvería a encontrarme por causalidad en este mismo lugar— acudía con frecuencia al viejo monasterio desierto.[2]
Cuando Buñuel iba allí a escribir sus guiones se alojaba en el Hotel de El Paular, que ocupa el antiguo palacio del mismo monasterio y, como era habitual en el realizador, su lugar favorito era el bar del hotel, donde una foto suya cuelga de la pared.
El realizador nos lo describe en dos ocasiones en sus memorias:
Me gustan los claustros, con una ternura especial para el claustro de El Paular. De todos los lugares entrañables que he conocido, éste es uno de los que más íntimamente me llegan.
Cuando trabajábamos en El Paular con Carrière, casi todos los días, a las cinco, íbamos a meditar allí. Es un claustro gótico bastante grande. No se halla rodeado de columnas, sino de edificaciones idénticas que ofrecen altas ventanas ojivales cerradas con viejos postigos de madera. Los tejados visibles están cubiertos por tejas romanas. Las tablas de los postigos están rotas, y crece la hierba en los muros. Hay allí un silencio de épocas pasadas.
En el centro del claustro, sobre una pequeña construcción gótica que cubre a los bancos de piedra, hay un reloj de luna. Los monjes lo presentan como una rareza, indicio de la claridad de las noches.
Viejos setos de boj corren entre desmochados cipreses que tienen siglos de edad.
Tres tumbas colocadas una al lado de otra nos atraían en todas las visitas. La primera, la más majestuosa, alberga los venerables restos de uno de los superiores del convento, y ello desde el siglo XVI. Sin duda, había dejado algún feliz recuerdo.[3]


En el «Hotel del Paular», al norte de Madrid, instalado en uno de los patios de un magnífico monasterio gótico, yo solía tomar el aperitivo por la noche en una sala muy larga con columnas de granito. Salvo los sábados y los domingos, siempre días nefastos en los que los turistas y los chiquillos ruidosos andaban por todas partes, yo estaba prácticamente solo, rodeado de reproducciones de cuadros de Zurbarán, uno de mis pintores favoritos. A lo lejos, de vez en cuando, pasaba la silenciosa sombra de un camarero, respetando mi recogimiento alcohólico.
Puedo decir que llegué a querer aquel lugar tanto como a un viejo amigo. […]
A solas con las reproducciones de Zurbarán y las columnas de granito, esa piedra admirable de Castilla y con mi bebida favorita (en seguida vuelvo sobre esto), me abstraía sin esfuerzo, abriéndome a las imágenes, que no tardaban en desfilar por la sala. A veces, mientras pensaba en asuntos familiares o en proyectos prosaicos, de repente ocurría algo extraño, se perfilaba una escena sorprendente, aparecían personajes que hablaban de sus problemas. Alguna vez, solo en mi rincón, me echaba a reír. Cuando me parecía que aquella inesperada situación podía ser útil para el guion, volvía atrás, procurando poner orden y encauzar mis errantes ideas.[4]
En España Buñuel escribió en algún otro lugar, pero no con tanta frecuencia: “Al inicio, de la primera película que escribimos juntos, Diario de una camarera, vivimos y trabajamos en la Torre de Madrid [...] Le gustaba mucho el confort moderno de la Torre de Madrid, que era un edificio reciente en esa época. Y después nos fuimos fuera de Madrid para escribir La vía láctea, hasta el Parador de Cazorla, en la Sierra de Granada, al norte de Granada; totalmente aislados en la sierra [...] Era una manera de ir fuera del mundo, pero los dos juntos.”[5]

El lugar predilecto de Buñuel para la escritura de sus guiones fue San José Purúa. Era un balneario donde el realizador encontraba tanto la tranquilidad, como sus aguas termales sulfurosas que le aliviaban sus dolores de ciática: “Se trata -mejor dicho: se trataba- de un balneario, de un gran hotel termal, enclavado en la ladera de un cañón semitropical, a mil doscientos metros de altitud, es decir, ni demasiado alto ni demasiado bajo, en el estado de Michoacán, a unos trescientos kilómetros al oeste de la Ciudad de México. Entre Zitácuaro y Morelia, casi invisible desde la carretera principal, el cañón está oculto, profundo y magnífico. Lejos de casi todo.”[6] Hoy está abandonado, aunque parece que quieren rehabilitarlo.
Foto de Buñuel en el Paular
Buñuel lo utilizó desde su primera película mexicana, Gran Casino: Por primera vez, me dirigí al balneario de San José Purúa, en Michoacán, gran hotel termal situado en un espléndido cañón semitropical, donde escribiría más de veinte películas. Refugio verdegueante y florido al que, no sin razón, se le llama un paraíso, al que acuden regularmente autobuses de turistas americanos para pasar veinticuatro horas fascinantes. Toman a la misma hora el mismo baño radiactivo, beben el mismo vaso de agua mineral, seguido del mismo daiquiri, de la misma comida, y por la mañana temprano se van.[7]
Como ya sabemos, el bar es un lugar clave para que un lugar sea o no del agrado del aragonés:
Durante mucho tiempo pasaba muy buenos ratos en el bar del hotel de «San José Purúa», en el Michoacán, adonde solía retirarme a escribir mis guiones durante más de treinta años.
El hotel está situado en el flanco de un gran cañón semitropical. Por tanto, las ventanas del bar se abrían a un paisaje espléndido, lo cual, en principio, es un inconveniente. Por suerte, delante de la ventana, tapando un poco el paisaje, crecía un zirando, árbol tropical de ramas ligeras, entrelazadas como una maraña de largas serpientes. Yo dejaba vagar la mirada por aquel inmenso amasijo de ramas, resiguiéndolas como si fueran los sinuosos hilos de múltiples historias y viendo posarse en ellas ora un búho, ora una mujer desnuda, etc.
Lamentablemente, y sin razón válida alguna, el bar se cerró. Aún nos veo a Silberman, a Jean-Claude y a mí, en 1980, vagando por el hotel como almas en pena, en busca de un lugar aceptable, Es un mal recuerdo, Nuestra época devastadora que todo lo destruye no respeta ni los bares.[8]
Jean-Claude Carrière: “Hemos escrito en este hotel la última versión de Belle de jour, y también La Vía Láctea, El discreto encanto de la burguesía, El Fantasma de la Libertad, una versión de Là-bas, basada en la novela de Huysmans, y que Buñuel nunca llegaría a filmar, y Ese oscuro objeto del deseo, su última película. Otras versiones podían ser re-escritas en España, incluso en Francia, pero el paso por San José Purúa para cada guion parecía indispensable. También hemos trabajado así con Mi último suspiro, un libro-retrato.
Aquí es donde escribimos en 1979 la primera —y única— versión de nuestro último guion: Una ceremonia suntuosa[9] […] Algunos meses más tarde regresamos decididos, como de costumbre, para lanzarnos en una segunda versión. Todo había cambiado. Nuestras viejas habitaciones de aire monástico (algo que nos complacía), habían sido salvajemente modernizadas. Pero sobre todo, horror de los horrores, Luis no encontraba el bar. "¡Ya no hay bar!" me decía angustiado, recorriendo los pasillos, como si hubiera perdido a un ser querido. Llamamos al coche y nos fuimos para no volver juntos ya nunca más.
Cada vez que Buñuel dejaba un sitio que le había sido querido, entrañable, hacía detenerse el coche y decía un "hasta luego", o incluso un "adiós", con un pequeño gesto de la mano por encima de la espalda: "Adiós San José, que tanto he querido, adiós río, adiós palmeras, adiós zirandas, adiós zopilotes, adiós ranas..." Esto podía durar un minuto o dos. El chofer esperaba pacientemente. Luego, Luis daba la señal de partida, el coche aceleraba y regresábamos en silencio a México. […]
 Salvo en nuestra última visita, cuando Buñuel partió furioso y omitió hacer sus adioses. Esta vez ya no regresó más.[10]
Es lo mismo que dice el propio realizador: Desde hace varios años, cada vez que abandono un lugar que conozco bien, donde he vivido y trabajado, que ha formado parte de mí mismo, como París, Madrid, Toledo, El Paular, San José Purúa, me detengo un instante para decir adiós a ese lugar. Me dirijo a él, digo, por ejemplo: «Adiós, San José. Aquí conocí momentos felices. Sin ti, mi vida hubiera sido diferente. Ahora, me voy, no te volveré a ver, tú continuarás sin mí, te digo adiós.» Digo adiós a todo, a las montañas, a la fuente, a los árboles y a las ranas.
Claro está que a veces regreso a un lugar del que ya me he despedido. Pero no importa. Al marcharme, le saludo por segunda vez.[11]


[1] Conversaciones con Jean-Claude Carrière, Ayuntamiento de Zaragoza, 2004, pág. 33
[2] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, pág. 154
[3] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, pág. 216
[4] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, págs. 46-47
[5] Jean-Claude Carrière, en: AA. VV.: Testimonios sobre Luis Buñuel En: Turia, nº 28-29, mayo 1994, pág. 199
[6] Jean-Claude Carrière: San José Purúa, en : México fotografiado por Luis Buñuel, Filmoteca Española, 2008, pág. 39
[7] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, pág. 193
[8] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, pág. 47
[9] Más conocida como Agón
[10] Jean-Claude Carrière: San José Purúa, en : México fotografiado por Luis Buñuel, Filmoteca Española, 2008, pág. 43
[11] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, pág. 249

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