La moral según Luis Buñuel

Buñuel ha expresado en multitud de ocasiones y con leves diferencias su opinión sobre este punto. Este es un tema que caló profundamente en el realizador tras militar en las filas del surrealismo.
Así expresó su opinión en una entrevista con Elena Poniatowska:
—¿Qué es para usted la moral?
La moral burguesa es lo inmoral para mí, contra lo que se debe luchar. La moral fundada en nuestras injustísimas institucio­nes sociales, como la religión, la patria, la familia, la cultura; en fin, los llamados pilares de la sociedad.
(Cuando a Buñuel le interesa un tema, lo machaca tanto como Fidel Castro).
—Pero usted pertenece a esa sociedad, ¿no? Está educado a esa justicia. Usted es católico.
Por eso puedo hablarle de esto que ha sido mío. Por fortuna, y desde muy joven, vislumbré algo que espiritual y poéticamente ha superado a esta moral cristiana. No tengo las pretensiones de querer cambiar el mundo; sé que lo mío es estéril, pero me ayuda a iluminar un poco más mis películas. Sé que lo mío es estéril [sonríe y menea la cabeza], pero no puedo traicionarme a mí mismo. Mi moral es...
—¿La moral de Nazarín?
Nazarín está perfectamente dentro de mi línea moral.
—Señor Buñuel, ¿usted no ama a la bur­guesía porque sostiene un orden creado?
Yo pertenezco a una sociedad burgue­sa contra la cual me rebelo. En España, cuando era muy joven, me rebelé y fui a París, donde descubrí el mundo surrealista maravilloso que me iluminó. Encontré que había otras gentes que pensaban igual que yo; la moral sin traba a los fines de una sociedad dominante, o sea, el amor como institución social. ¡Yo no tengo la ingenuidad de defender el amor libre! Son cosas muy sabidas, pero prefiero el amor de dos pobres gentes en Toluca al matrimonio como institución social en que se unen "los contrayentes" frente al arzobispo de Guadalajara. ¡Prefiero a los de Toluca![1]
“Buñuel era de una profunda moralidad que él se había impuesto a sí mismo, me refiero a la moralidad en un sentido completo, de moral y de conducta. Por eso, los chistes sexuales o sobre homosexuales que hacían a veces los hermanos Dominguín, que eran muy amigos de su hermano Alfonso, no los podía tolerar.”[2]
Buñuel reacciona a la amoralidad del poder establecido proponiendo una nueva moralidad que trascienda la vida “normal” tal como la entiende ese mismo poder que abusivamente fija las normas.
Quiere sublevar la conciencia del hombre normal introduciendo irregularidades a la norma, que define como perniciosa porque la ve procedente de la burguesía y de una aristocracia abusivas y explotadoras. Sin embargo, paradójicamente, ataca las normas solamente desde los márgenes, ya que disfruta, cuando puede, de los privilegios de su clase.[3]
Se sostiene a menudo que mis películas son destructoras e inmorales. Sin ánimo de defender mis obras desde este punto de vista, puedo explicarle mi posición con respecto a la moral y al cine.
Jamás me propongo un problema a priori, como la caridad, la virginidad, la maldad. No agrupo a las personas según categorías morales, de tal manera que ya sabría la respuesta a mis preguntas. Trabajar de ese modo es engañar. Lo que la moral burguesa considera moral para mí es inmoral. Naturalmente me hago algunas preguntas cuando hago un filme. Pero mi intención no apunta a la solución de problemas determinados. Por el contrario: cuento mi historia y ubico a las personas dentro de su medio y dejo que surjan entre ellos relaciones reales o simbólicas. Pero sus caracteres no responden a esquemas prefijados. Las personas tienen su lugar en la historia que cuento. De su evolución adquieren la fuerza que permite el surgimiento de determinadas relaciones sociales y morales...
Los problemas morales individuales no me interesan...Claro que como descendiente de una familia católica de la burguesía española, y a raíz de mi educación con los jesuitas... mi niñez y mi juventud sufrieron las normas, los principios destructores de esta sociedad. Me dejaron como herencia todo un sistema de prohibiciones y represiones...
Darwin... mi encuentro con los surrealistas... aumentaron en mí un irrefrenable deseo de libertad, de una libertad cuya consumación supone la destrucción de todos los soportes sobre los que descansa la sociedad burguesa. Tal vez no sea necesario atacar, como antes, a la familia, la patria y el trabajo, porque la experiencia ha demostrado que no es necesario destruir la familia para erigir una sociedad nueva. Pero mi posición con respecto a estos principios no ha cambiado: como categorías superlativas, como principios inapelables, deben ser destruidos...
Detrás de los principios eternos erigidos por nuestra sociedad o por otras, sólo se esconden, según mi criterio, las relaciones humanas permanentemente fluctuantes y relativas, tal como se expresan en la familia, el amor, la amistad o el arte. Para mí es natural atacar los así llamados "principios", ya que son instrumentos de la represión y yo creo que hay que llevar a cabo una lucha permanente por la libertad[4].
...Creo más en el individuo que en la sociedad... Y trato de que mis películas sean moralmente honradas... No creo más en el progreso social. Sólo puedo creer en unos pocos individuos excepcionales y de buena fe, aunque fracasen, como Nazarín[5].
Como constató Buñuel en multitud de ocasiones esa exigencia moral que tenía la adquirió con el surrealismo. Para Buñuel no fue sólo una elección estética, sino algo mucho más profundo: una posición vital y moral que presidía todos sus actos. Esto le permitió un apego irreductible a sus principios, no traicionarse ni traicionar a los demás, burlar a sus productores que le merecían respeto...[6]
Esa exigencia moral del surrealismo se la comentaba por carta a su amigo José Bello en 1930: No puedes imaginarte lo que he cambiado y los progresos que creo he hecho sobre todo en el terreno de la moral y de la intransigencia.”[7]
Hay que señalar que Buñuel defiende el surrealismo como un movimiento moral más que poético, y por eso mismo, destructor de toda tentativa formal...Esta concepción del surrealismo como entidad y actitud morales encuentra un complemento en su propia ética: Yo soy muy honesto en la práctica, pero muy impuro en la teoría, en mi espíritu. Mi espíritu es muy deshonesto, pero en la práctica, yo he sido siempre muy puro...[8]
Lo que más me fascinaba de nuestras discusiones del «Cyrano» era la fuerza del aspecto moral. Por primera vez en mi vida, había encontrado una moral coherente y estricta, sin una falla. Por supuesto, aquella moral surrealista, agresiva y clarividente solía ser contraria a la moral corriente, que nos parecía abominable, pues nosotros rechazábamos en bloque los valores convencionales. Nuestra moral se apoyaba en otros criterios, exaltaba la pasión, la mixtificación, el insulto, la risa malévola, la atracción de las simas. Pero, dentro de este ámbito nuevo cuyos reflejos se ensanchaban día tras día, todos nuestros gestos, nuestros reflejos y pensamientos nos parecían justificados, sin posible sombra de duda. Todo se sostenía en pie. Nuestra moral era más exigente y peligrosa pero también más firme, más coherente y más densa que la otra. [9]
Otra cosa que me queda del surrealismo es el descubrimiento en mí de un muy duro conflicto entre los principios de toda moral adquirida y mi moral personal, nacida de mi instinto y de mi experiencia activa. Hasta mi entrada en el grupo, yo nunca imaginé que tal conflicto pudiera alcanzarme. Y es un conflicto que me parece indispensable para la vida de todo ser humano.
Por consiguiente, lo que conservo de aquellos años, más allá de todo descubrimiento artístico, de todo afinamiento de mis gustos y pensamientos, es una exigencia moral clara e irreductible a la que he tratado de mantenerme fiel contra viento y marea. Y no es tan fácil guardar fidelidad a una moral precisa. Constantemente, tropieza con el egoísmo, la vanidad, la codicia, el exhibicionismo, la ramplonería y el olvido. Algunas veces, he sucumbido a una de estas tentaciones y he quebrantado mis propias reglas por cosas que yo considero de poca importancia. En la mayor parte de los casos, mi paso por el surrealismo me ha ayudado a resistir. En el fondo, acaso sea esto lo esencial.[10]
En otros momentos también expresó su visión sobre este tema:
El surrealismo no era para mí una estética, un movimiento de vanguardia más, sino algo que comprometía mi vida en una dirección espiritual y moral. No pueden ustedes imaginarse la lealtad que exigía el surrealismo en todos los aspectos[11].
El surrealismo me reveló que, en la vida, hay un sentido moral que el hombre no puede dejar de tomar. Gracias a él descubrí por primera vez que el hombre no era libre. Creía en la libertad total del hombre pero vi en el surrealismo una disciplina a seguir. Eso fue una gran lección en mi vida y también un gran paso maravilloso y poético.[12]
Teníamos una regla moral muy estricta los surrealistas —cada vez que Buñuel habla del surrealismo, su semblante se vuelve más grave y lo hace con una seriedad que no admite comentarios u opiniones dadas a la ligera. ¡Nada de frivolidad ni de ironía!—. El surrealismo era una necesidad de la época; en contra de la claudicación de los grandes burgueses, del orden establecido, de la moral anquilosada, de la retórica de todos los sentidos, de los viejos valores académicos. Los surrealistas opusieron el descaro a la convención, el escándalo a la moral burguesa, la burla sangrienta a la mentalidad achaparrada y mezquina. Nosotros, los surrealistas, decíamos que el talento no excusa nada, y que el hambre tampoco excusa nada.[13]
Los surrealistas buscaban una nueva moral que liberase al hombre de todas las presiones a las que está sometido por todas las convenciones y corsés sociales. Los surrealistas no eran agitadores inmorales. Se consideraban revolucionarios en busca de una nueva moral que devolviese al hombre su esencia. Y en este punto encontraron los surrealistas en Sade un estupendo modelo a seguir. También aquí se producirá uno de los puntos de confluencia entre Sade y Buñuel. Ambos dirigirán su obra contra la moral imperante en la sociedad en que habían sido educados.[14]
"De Sade procede el mayor impulso moral que recibió su obra, hasta el punto de proporcionarle unos valores de recambio frente a los inculcados por los jesuitas. Lo peculiar de su caso no es...la elección del modelo, sino su forma de asimilarlo...La evolución de Fabre a Sade es una de las claves del tránsito de Buñuel entre Un perro andaluz y La edad de oro, ya que poco antes de rodar ésta leyó "Las 120 jornadas de Sodoma"[15]
A los veintiocho años yo era anarquista, y el descubrimiento de Sade fue para mí absolutamente extraordinario. No tuvo nada que ver con la erotología, sino con el pensamiento ateo. Resulta que lo que había sucedido, hasta aquel momento, es que pura y sencillamente me habían ocultado la libertad, me habían engañado totalmente referente a lo que era la religión y, sobre todo, acerca de la moral. Yo era ateo, había perdido la fe, pero la había reemplazado con el liberalismo, con el anarquismo, con el sentido de la bondad innata del hombre, y en el fondo estaba convencido de que el ser humano tenía una predisposición a la bondad echada a perder por la organización del mundo, por el capital, y de pronto descubrí que todo eso no era nada, que todo eso podía existir... y que nada, absolutamente nada, debía tenerse en cuenta como no fuese la total libertad con que si le diera la gana podía moverse el hombre, y que no había bien y que no había mal. Figúrate lo que eso representa para un anarquista. Lo extraordinario es que entonces, el veintinueve, es cuando comprendí la razón de ser de mi afición, de mi gusto, de mi compenetración con el surrealismo  . Sade influyó más que nadie, no sólo en mí, sino en los surrealistas, en el surrealismo[16]
Lo que más interesaba a Buñuel del Marqués de Sade era su integridad moral, que le permitía separar la imaginación de la realidad y como consecuencia no se deben poner límites a la imaginación.
Sade en La vía láctea
Entre la imaginación y lo real hay interrelación; no hay separación como de claro–y–oscuro. Se influyen mutuamente, intercambian elementos... La diferencia está en que en la imaginación usted puede llegar hasta lo infinito, a donde a usted le dé la gana, mientras que en la realidad, en la vida práctica, usted está necesariamente reprimido por su conciencia, la sanción legal, los amigos, la familia. Siempre hay un freno que se pone usted mismo o le  pone la sociedad. En la imaginación yo puedo llegar al incesto. Pero como ser social, y en frío, mi sentido moral me lo impediría[17].
Esta exigencia moral de Buñuel la mostró en todo momento en su trabajo, incluso en lo que él llamaba sus películas alimenticias, para referirse a la mayor parte de su producción mexicana de la primera época. “Al someterse al sistema de producción del cine mexicano, al aceptar que sus películas se rodaran en dos o tres semanas en decorados de cartón y con una fotografía vulgar, Buñuel actuaba con plena conciencia y consentimiento deliberado, absolutamente confiado en la fortaleza a toda prueba de su postura moral ante el mundo.”[18]
Sí, hacía lo que me encargaban, pero siempre den­tro de una moral, de mi moral. No hice películas alaban­do a la Policía, ni a la Patria, ni al Ejército...[19]
La necesidad en que me encontraba de vivir de mi trabajo y mantener con él a mi familia explica, quizá, que esas películas sean hoy diversamente apreciadas, cosa que comprendo. A veces, he tenido que aceptar temas que yo no había elegido y trabajar con actores muy mal adaptados a sus papeles. Sin embargo, lo he dicho a menudo, creo no haber rodado nunca una sola escena que fuese contraria a mis convicciones, a mi moral personal. En estas desiguales películas, nada me parece indigno.[20]
Todas las películas menores del Buñuel mexicano se enmarcan dentro de los cánones del género chico o del melodrama, subvertidos por la visión moral y creadora de Buñuel. En esas películas, la ironía y el humor, la antífrasis y hasta las deficiencias de técnica y actuación sirvieron al cineasta para crear ese efecto de distanciamiento, encaminado –al igual que preconizara Brecht– a hacernos ver, pensar y sentir que no vivimos en el mejor de todos los mundos posibles; siendo éste el único mensaje que Buñuel propaga en su cine.[21]
L' amour fou en Abismos de pasión
 ...Ahora tengo autonomía, entonces, no. Ahora siempre consta que si no estamos de acuerdo, nos separamos. Si el que paga no está de acuerdo, tiene voz y voto de no hacerla. Pero no de transformarme escenas para que convenga a la moral consuetudinaria, al gusto del público, etc., o al comercialismo. Hoy eso está vedado al intervenir conmigo...[22].
Y para completar esta visión de la moral según Buñuel, veamos su opinión sobre la función que debe desempeñar la plástica en el cine: La plástica debe estar al servicio del fondo. La plástica es gratuita cuando no expresa algo, cuando permanece en el plano de la mera sinfonía visual. Puede estar muy bien pero el cine que se base en ella no será completo. La plástica, que es forma, no debe distraer al espectador del contenido de la obra. La moral del filme debe quedar a la vista, sin que la velen los detalles orna­mentales. Sin fondo no hay cine posible. Bueno o malo, el fondo tiene que estar ahí.[23]


[1] Elena Poniatowska: Entrevista con Luis Buñuel, Palabras cruzadas, Cuadernos de Cine de la Universidad de México, vol. XVI, 1961,Pág.86
[2] Emilio Sanz de Soto : En torno a Buñuel, Cuadernos de la Academia, nº 7-8, agosto 2000, Pág. 514
[3] Elena Gascón-Vera: La imaginación sin límites: Sade en Buñuel. En: Turia, nº 26, noviembre, 1993, Pág. 158
[4] Manuel Michel: Entrevista con Luis Buñuel, En: Buñuel, ed. Kyrios, 1978, Pág.47-49
[5] Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: Buñuel por Buñuel, Plot, 1993, Pág.107
[6] Tomás Pérez Turrent : El cine mexicano de Luis Buñuel. En: Obsesión es Buñuel, Asociación Luis Buñuel, 2001, Pág. 64
[7] Carta de Buñuel a José Bello desde París (11/5/30). En: Agustín Sánchez Vidal: Buñuel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin. Pág. 246
[8] Ricardo Muñoz-Suay: Bunuel et quelques uns de ses apports surréalistes. Les Cahiers de la Cinémathèque n° 30-31 pág. 173, été, 1980 Pág. 173
[9] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982,  Pág.106
[10] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982,  Pág.121
[11] Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: Buñuel por Buñuel. Plot, 1993, Pág.39
[12] André Bazin y Jaques Doniol–Valcroze: Conversación con Luis Buñuel. En: El cine de la crueldad, Mensajero, 1977, Pág.112
[13] Elena Poniatowska: Entrevista con Luis Buñuel, Palabras cruzadas, Cuadernos de Cine de la Universidad de México, vol. XVI, 1961Pág.83
[14] Manuel López Villegas: Sade y Buñuel. Instituto de Estudios Turolenses, 1998, Pág. 43
[15] Agustín Sánchez Vidal: El mundo de Luis Buñuel. Caja de Ahorros de la Inmaculada, 1993, pág.219
[16] Max Aub: Conversaciones con Buñuel, Aguilar, 1985, pág. 68
[17] Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: Buñuel por Buñuel. Plot, 1983, Pág.70
[18] José Luis Guarner: El mundo secreto de Buñuel. Diorama, 1997, Pág. 19
[19] Carlos Rodríguez Sanz, Manuel Pérez Estremera, Vicente Molina Foix y Augusto M. Torres, Nuestro cine, nº 63, julio 1967. Tomado de Augusto M. Torres: Buñuel y sus discípulos, Huerga y Fierro editores, 2005, pág. 39
[20] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982,  Pág.193
[21] Víctor Fuentes: Buñuel en México. Instituto de Estudios Turolenses, 1993, Pág. 41
[22] Max Aub: Conversaciones con Buñuel, Aguilar, 1985, Pág. 120
[23] Beatriz Reyes Nevares: Trece directores del cine mexicano, Secretaría de Educación Pública, 1974, pág. 51

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