La "filosofía" de Luis Buñuel
Buñuel dejó a lo largo de
toda su obra, unas veces de forma latente y otra explícita, su visión del
mundo, lo que podríamos llamar su “filosofía”. Esa forma de entender Buñuel el
mundo se puede entresacar de las entrevistas que ha ido concediendo a lo largo
de su vida.
En último término lo que
el realizador se propuso con su obra es lo que escribió Engels referido a la
función del novelista: "El novelista habrá cumplido honradamente, cuando,
a través de una pintura de las relaciones sociales auténticas, destruya las
ilusiones convencionales sobre la naturaleza de dichas relaciones, quebrante el
optimismo del mundo burgués y obligue a dudar al lector de la perennidad del
orden existente, incluso aunque no nos señale directamente una conclusión,
aunque no tome partido."[1]
Si cambiamos novelista por cineasta podríamos entender lo que Buñuel pretendió
a lo largo de toda su carrera.
No vivimos en
el mejor de los mundos posibles. Quisiera insistir en realizar filmes que
transmitan al espectador, más allá de entretenerlo, la total certeza de este
fallo. Me refiero a que con esa clase de películas persigo mis objetivos de
modo consecuente. Todos mis filmes, incluso los así llamados neorrealistas, de
alguna manera echan luz sobre el hecho de que no vivimos en el mejor de los mundos
posibles.
¿Cómo se
puede esperar una evolución de la conciencia del espectador –y con él, de la
del productor– si nuestros filmes, hasta las comedias absurdas insisten
permanentemente en que nuestras organizaciones sociales, nuestros conceptos
sobre la patria, la religión, el amor, etc., no son tal vez acabados pero sí
únicos y necesarios? El verdadero “opio del pueblo" es el conformismo.[2]
La filosofía que Buñuel proyecta es la de que los individuos no pueden
cambiar un sistema y, por deducción, los sistemas sólo pueden ser cambiados por
la revolución. Es un cruel y cínico estudio de un idealista que pierde sus
ideales, pero suena verdadero. [3]
En ninguna de las artes tradicionales existe una
desproporción tan grande entre posibilidades de realización como en el cine.
Por actuar de una manera directa sobre el espectador, presentándole seres y
cosas concretas; por aislarlo, gracias al silencio, a la oscuridad, de lo que
pudiéramos llamar su hábitat psíquico, el cine es capaz de arrebatarlo como
ninguna otra expresión humana. Pero como ninguna otra es capaz de embrutecerlo.
Por desgracia, la gran mayoría de los cines actuales parece no tener más misión
que ésa: las pantallas hacen gala del vacío moral e intelectual en que prospera
el cine.
El misterio, elemento esencial de toda obra de arte,
falta por lo general en las películas. Ya tienen buen cuidado autores,
directores y productores de no turbar nuestra tranquilidad abriendo la ventana
maravillosa de la pantalla al mundo libertador de la poesía. Prefieren reflejar
en aquella los temas que pudieran ser continuación de nuestra vida ordinaria,
repetir mil veces el mismo drama, hacernos olvidar la penosas horas del trabajo
cotidiano. Y todo eso, como es natural, bien sancionado por la moral
consuetudinaria, por la censura gubernamental e internacional, por la religión,
presidido por el buen gusto y aderezado con humor blanco y otros prosaicos
imperativos de la realidad.
El cine es un arma maravillosa y peligrosa, si la maneja
un espíritu libre. Es el mejor instrumento para expresar el mundo de los
sueños, de las emociones, del instinto. El cine parece haberse inventado para
expresar la vida subconsciente, que tan profundamente penetra, por sus raíces,
la poesía; sin embargo, casi nunca se le emplea para esos fines.
Si deseamos ver buen cine raramente lo encontraremos en
las grandes producciones, o en aquellas obras que vienen sancionadas por la
crítica y el consenso de los públicos. La historia particular, el drama privado
de un individuo, creo que no puede interesar a nadie digno de vivir en su
época; si el espectador se hace partícipe de las alegrías, tristezas o
angustias de algún personaje de la pantalla, deberá ser porque ve reflejadas en
aquel las alegrías, tristezas o angustias de toda la sociedad, y por tanto las
suyas propias. La falta de trabajo, la inseguridad de la vida, el temor a la
guerra, la injusticia social, etc., son cosas que, por afectar a todos los
hombres de hoy, afectan también al espectador; pero que el señor X no sea feliz
en su hogar y se busque una amiguita para distraerse, a la que finalmente
abandonará para reunirse con su abnegada esposa, es algo moral y edificante,
sin duda, pero nos deja completamente indiferentes[4].
No hago "cine de ideas". Hay, desde luego,
ideas a las que soy fiel, y podría decirles que muchas son las mismas que tenía
a los veintiocho años, aun cuando algunas haya tenido que matizarlas, porque la
realidad me ha obligado a ello. Yo expongo, no impongo, esas ideas. Y más que
ideas, son imágenes, sentimientos. Pero me sucede frecuentemente que en un
argumento, o durante el rodaje, apenas pongo algo que parece tener un
significado cierto, inmediatamente me viene a la imaginación lo contrario... No (=no es la dialéctica de
Buñuel). Tampoco es un sistema y menos un
métodos filosófico. Quizá sucede que me avergüenzan las afirmaciones rotundas o
las negaciones tajantes. Me gusta lo que le dice Pilatos a Jesús: "¿Qué es
la verdad?" En eso entiendo más a Pilatos que a Jesús. Me simpatizan los
que se esfuerzan en buscar la verdad; disiento de los que hablan como si la
hubieran encontrado[5].
...Soy ambiguo siempre. La ambigüedad me es
consustancial, porque rompe las ideas hechas, inmutables. ¿Dónde está la Verdad?
La Verdad es un mito[6]...
Jamás me
propongo un problema a priori, como la caridad, la virginidad, la maldad. No
agrupo a las personas según categorías morales, de tal manera que ya sabría la
respuesta a mis preguntas. Trabajar de ese modo es engañar. Lo que la moral
burguesa considera moral para mí es inmoral. Naturalmente me hago algunas
preguntas cuando hago un filme. Pero mi intención no apunta a la solución de
problemas determinados. Por el contrario: cuento mi historia y ubico a las
personas dentro de su medio y dejo que surjan entre ellos relaciones reales o
simbólicas. Pero sus caracteres no responden a esquemas prefijados. Las
personas tienen su lugar en la historia que cuento. De su evolución adquieren
la fuerza que permite el surgimiento de determinadas relaciones sociales y
morales...
Los problemas morales individuales no me
interesan...Claro que como descendiente de una familia católica de la burguesía
española, y a raíz de mi educación con los jesuitas... mi niñez y mi juventud
sufrieron las normas, los principios destructores de esta sociedad. Me dejaron
como herencia todo un sistema de prohibiciones y represiones...Darwin... mi
encuentro con los surrealistas... aumentaron en mí un irrefrenable deseo de
libertad, de una libertad cuya consumación supone la destrucción de todos los
soportes sobre los que descansa la sociedad burguesa. Tal vez no sea necesario
atacar, como antes, a la familia, la patria y el trabajo, porque la experiencia
ha demostrado que no es necesario destruir la familia para erigir una sociedad
nueva. Pero mi posición con respecto a estos principios no ha cambiado: como
categorías superlativas, como principios inapelables, deben ser destruidos...
Detrás de los principios eternos erigidos por nuestra
sociedad o por otras, sólo se esconden, según mi criterio, las relaciones
humanas permanentemente fluctuantes y relativas, tal como se expresan en la
familia, el amor, la amistad o el arte. Para mí es natural atacar los así
llamados "principios", ya que son instrumentos de la represión y yo
creo que hay que llevar a cabo una lucha permanente por la libertad[7].
Como muchos intelectuales de su generación Buñuel abrazó con entusiasmo: el credo marxista del cambio social; la revolución freudiana de la naturaleza de los conflictos internos; una actitud subversiva ante la estética; y una moral que tenía en su base la filosofía del marqués de Sade.[8]Para Buñuel, la filosofía de Sade es la que mejor ha sabido entender y explicar al hombre y al hombre en el mundo...
...Creo más
en el individuo que en la sociedad... En una época, mis simpatías iban hacia el
movimiento colectivo, hacia el socialismo. Era mi reacción contra el sistema
organizado. Simpatizaba con todo lo que pudiera destruir la sociedad existente,
convencional e injusta. Pero pienso ahora que cuando esa sociedad es destruida,
aparece otra que termina siendo lo mismo... de otra manera... Soy actualmente
un escéptico, digamos un escéptico bien intencionado. Quiero decir que conservo
mi simpatía para aquellos que creen en lograr una sociedad mejor... No puedo
proponer soluciones, no sé cuáles serían. Simplemente procuro no traicionar mis
convicciones de juventud, hacer el menor daño posible. Y trato de que mis
películas sean moralmente honradas...
No creo más en el progreso social. Sólo puedo creer en unos pocos individuos excepcionales y de buena fe, aunque fracasen, como Nazarín[9].
Yo admito que el hombre es bueno en particular, pero
colectivamente, todos juntos, en sociedad, somos muy malos.[10]
Lo que está mal hecho es la sociedad. Algo vergonzoso.
Horrendo. El hombre no es malo. Es la sociedad[11].
No soy determinista; quiero decir que no creo que nadie
esté moralmente determinado para siempre
por haber nacido en tal o cual clase social. Nacer burgués no condena a
nadie a pensar y actuar como burgués toda la vida[12].
En Buñuel hay una dicotomía
clara entre su modo de pensar y lo que hace, como corresponde a una persona de
ideas comunistas, pero que es un completo burgués:
Es muy curioso, pero soy así. De un lado, mis ideas; del
otro, la realidad. Lo cierto es que, cuando la guerra de España, era realidad
todo...lo que yo había pensado: quema de conventos, guerra, asesinatos, y yo
estaba muerto de miedo, y no solamente eso, sino que estaba en contra. Soy
revolucionario, pero la revolución me espanta. Soy anarquista, pero estoy
totalmente en contra de los anarquistas... Y soy sadista, pero un ser
completamente normal. Todo lo llevo en la cabeza, pero, en el momento en que se
presenta la ocasión de realizar mis deseos, huyo, y no quiero saber nada. Todo
lo que no es cristiano me es extraño. ¿Bonita frase, no[13]?
A mí lo que me importa, lo que me interesa, es el primer
instinto, la reacción natural. Lo malo es que la mayoría de las veces está uno
atado por las conveniencias, por las conveniencias sociales. ¡Qué le vamos a
hacer! Por eso ya no me interesan los surrealistas[14].
No me propongo tratar ni bien ni mal a los obreros. Que
una familia sea obrera, eso no me hace ni simpática ni antipática. Mi simpatía
dependerá de lo que cada uno sea como persona. Además yo siempre veo ciertas
cosas con humor[15].
Su visión del mundo se basa en “el azar y el misterio, la contingencia de la necesidad, la imaginación como libertad, la ilusión humana de crear superestructuras sobre el vacío y el caos, la alienación del hombre por la moral establecida, la ilusoria condición humana, la gratuidad de la existencia, la naturaleza como un todo que incluye a la sociedad...Y un sentido de la rebelión moral cuyo objetivo es hacer que el hombre viva una vida plena, sin engañarse por sus condicionamientos y ataduras.”[16]
Y concluimos con las siguientes palabras extraídas de sus “memorias”:
Pido
perdón si las páginas que preceden parecen confusas y pesadas. Estas
reflexiones forman parte de una vida tanto como los detalles frívolos. No soy
filósofo, ya que nunca he poseído capacidad de abstracción. Si algunos
espíritus filosóficos, o que creen serlo, sonreían al leerme, bueno, me alegro
de haberles hecho pasar un buen rato. Es un poco como si me encontrase de nuevo
en el colegio de los Jesuitas de Zaragoza. El profesor señala con el dedo a un
alumno y le dice: «¡Refúteme a Buñuel!» Y es cuestión de dos minutos.
Sólo
espero haberme mostrado suficientemente claro. Un filósofo español, José Gaos,
fallecido no hace mucho tiempo, escribía, como todos los filósofos, en una
jerga inextricable. A alguien que se lo reprochaba, respondió un día: «¡Me
tiene sin cuidado! La Filosofía es para los filósofos.» A lo cual, yo opondría
la frase de André Breton: «Un filósofo a quien yo no entienda es un cerdo.»
Comparto plenamente su opinión..., aunque a veces me cueste entender lo que
dice Breton.[17]
[1]
Carta a Minna Kautsky. Tomado de: Víctor Fuentes: Buñuel: Cine y Literatura. Salvat, 1989, Pág. 70
[2]
Luis Buñuel: Comentarios sobre Viridiana.
New York Times, 18 de marzo de 1962 (Tomada del libro Buñuel. Ed. Kyrios, 1978).Pág.56
[3]
Peter G. Baker, en: Emilio García Riera : Historia
documental del cine mexicano, VII. Pág. 257
[4]
Cinco respuestas de Luis Buñuel. Del
"Press Book" del film Nazarín. (Tomado del libro El cine de Luis Buñuel según Luis Buñuel. Festival de cine de
Huesca. Huesca. 1993).Pág.164
[5]
Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: Buñuel
por Buñuel. Plot, 1993, Pág.101
[6]
Ibídem, Pág.140
[7]
Manuel Michel: Entrevista con Luis
Buñuel. (Tomada del libro Buñuel.
Ed. Kyrios, 1978), Pág.47
[8]
Elena Gascón Vera: La imaginación sin
límites: Sade en Buñuel. En: Turia,
nº 26. Noviembre, 1993, Pág. 155
[9]
Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: Buñuel
por Buñuel. Plot, 1993, Pág.107
[10]
Film Ideal, nº 212, 1966. Tomado de: Antonio Lara: Lectura de "Tristana", de Luis Buñuel,
según la novela de Galdós. En: La
imaginación en libertad. Universidad Complutense, 1981, Pág. 133
[11]
Max Aub: Conversaciones con Buñuel. Aguilar,
1985, Pág.139
[12]
Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: Buñuel
por Buñuel. Plot, 1993, Pág.99
[13]
Max Aub: Conversaciones con Buñuel. Aguilar,
1985, Pág.149
[14]
Ibídem, Pág.157
[15]
Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: Buñuel
por Buñuel. Plot, 1993, Pág.68
[16]
Miguel Rubio: Nueve reflexiones sobre un
cineasta ateo. En: Nickel Odeon, nº
13, Invierno 1998, Pág. 31
[17]
Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza
& Janés, 1982, pág. 172
Excelente Blog. Gracias por compartir su saber y la documentacion que lo acompaña. Mi mas sincera enhorabuena. Seguiré con pasion sus escritos.
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