El verdadero último suspiro de Luis Buñuel


 
Hace unos días tuve la ocasión de acceder a cierta documentación inédita de Luis Buñuel, entre la que se encontraba la carta manuscrita que dejó a su esposa Jeanne para que la abriese después de su muerte. Está fechada casi tres semanas antes de su muerte. Considero que es un documento interesantísimo que confirma algunas de los rasgos del personaje. La reproduzco a continuación.


Todos los seguidores de Buñuel recordamos aquellas imágenes filmadas en un bar, rodeado de amigos, en las que Buñuel bromea sobre su sucesión. Buñuel imagina a su mujer e hijos frente al notario esperando la lectura de la adjudicación de bienes del difunto y cómo el funcionario les advierte que el proceso no puede comenzar hasta que no llegue el señor Nelson Rockefeller. Sus herederos se preguntan extrañados qué tiene que ver el millonario con este acto. Pronto saldrán de dudas. El magnate norteamericano llega a la sala y el notario lee en voz alta la última voluntad de don Luis que no es otra que la de legar toda su fortuna a don Nelson Rockefeller. La realidad no fue esa, como es sabido. Pero lo que desconocíamos es que Buñuel dejó escrita de su puño y letra una cara dirigida a su esposa Jeanne Rucar para que fuese abierta después de su muerte.

En esta carta, que no transcribimos pues es perfectamente leíble en la imagen que ilustra este post, hay elementos a destacar, a pesar de su brevedad. Uno de ellos es la elección de la tinta roja, color del amor. ¿Elección meditada? Lo dudamos. Otro elemento formal es la caligrafía, tan clara en Buñuel, que demuestra su precario estado de salud, a 18 días de su fallecimiento.

Mas, ¿qué le llevó a escribir este escueto mensaje, verdadero último suspiro del cineasta, que no desvela nada que no pueda decirse de palabra y en vida? Es curioso como lo que primero pide es el perdón de su mujer. No porque vaya a morirse, aunque podría ser, pues tildar a sus hijos de “pobres” después de su muerte es como decir que sin él no saldrían para adelante a pesar de su edad.

Respecto de Jeanne, no la llama “amor”, ni “amor mío”, ni ninguna palabra cariñosa, sino únicamente “compañera” a la que, eso sí, le recuerda que la ha querido siempre (lo cual es dudoso dado el carácter mujeriego del personaje). La despedida es también muy significativa y parece dialogar con el título de sus memorias, pero aquí se trata del último beso.

No sigo para no entrar en caminos psicológicos impropios con Buñuel y con cualquiera. Únicamente quiero compartir este documento y que cada uno saque las conclusiones, si las hay, que considera.


Comentarios

  1. Hay por ahí un vídeo en el que ella comenta alegremente que Luis se pasa todo el día leyendo y ella en la cocina, y que lo quiere mucho... No hace mucho me hicieron llegar una foto en la que Jeanne sale sacando la lengua y Luis la mira con cara seria (una foto genial), esa misma lengua que en tantas películas suyas sale a relucir de sopetón de manera descarada por parte de una de las protagonistas. En tan pocas líneas y en un momento tan crítico, la misiva habla sencillamente sobre la existencia del amor, que no sea más quizás que compromiso, convivencia y familia. Seguramente la escribió oyendo mentalmente la obertura de Tristán e Isolda y pensando en su madre.

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  2. Es probable que la carta la hubiese escrito por si llegaba a suicidarse, pensamiento que indudablemente incubó en los últimos tiempos. De ahí la petición de perdón.
    Dudar de la sinceridad de lo que dice una carta de despedida de una existencia respecto de la mujer de su vida es sencillamente miserable.
    La consideración del articulista sobre lo que es amor o es mujeriego y las supuestas incompatibilidades apesta a filesteísmo y exhibe ese talante burgués que el cine de Buñuel combatió siempre, desde su primera a su última película.

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  3. El mensaje es emotivo y sencillo de un hombre a una mujer, a su compañera. Entrar en otras disquisiciones puede ser muy subjetivo e interminable. Sabe que va a morir , se despide de ella y le pide perdón por el pasado de su vida en común. Todos tenemos algo por lo que ser perdonados. Es lógico pedir ese perdón, sobre todo, sabiendo que la muerte está cerca.

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