¿Deudor? (por Claudio Isaac)
Circula entre gente de cine la versión
de que durante la filmación de Los olvidados el fotógrafo Gabriel
Figueroa criticó el encuadre que Buñuel había elegido para una toma con varios sujetos
en movimiento, pues “cortaba a los actores debajo de las rodillas, sin mostrar
los pies”. De ahí sigue que Figueroa le machacó su desaprobación: “La
composición es fallida, no encontrará usted ninguna buena pintura donde estén
los personajes cortados así”. A continuación, se dice, le apostó mil pesos a
que no hallaría un cuadro clásico con esa composición. La historia concluye
exponiendo que Buñuel perdió la apuesta y no la pagó.
Habría
que subrayar que con todo y su desprecio antiburgués o las explosiones de
iconoclasia mostradas en casi todas sus películas, él era -contradictoriamente o no- un
hombre que se conducía con singular decencia.
Si bien durante sus juventudes
parisinas se había disfrazado de monja para escandalizar a los paseantes de los
boulevares, el Buñuel de una década después era un huraño de buenos modales, se
puede decir que un caballero.
Por lo mismo, la anécdota ofende y
resulta inconsistente con el carácter de quien jamás hubiera dejado de honrar
una apuesta -si es que la hubo- y
claramente hubiera preferido aceptar que era un hijo de mala madre o un
pésimo guionista antes que pasar por un deudor escurridizo.
Por otro lado, el encuadre que
abominaba Figueroa no abunda en Rembrandt, como insistía en señalar él mismo
con intransigencia, pero está presente en centenares de grandes películas,
comunmente conocido como plano americano. Es cierto que la estética de
Buñuel no destaca por sus detalles pulcros y que repele todo preciosismo, pero
es precisamente eso lo que posibilita la contundencia memorable de su discurso
personal.
Lamento no recordar el lugar en el que lo leí y no poder en este momento documentarlo. Pero sí recuerdo que Figueroa cuenta, a propósito de esa situación, y la describe tal cual lo hace aquí Claudio Isaac, que finalmente Buñuel, tiempo más tarde, le llevó una lámina de una pintura reconocida en la que figuraba el corte inferior por debajo de la rodilla. Figueroa concluía con algo así como que ya había olvidado la discusión, pero que le pareció admirable la actitud de Buñuel, que, siendo el director, no tenía por qué haber rendido cuentas llevándole esa prueba.
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