Libertad (por Claudio Isaac)
En los próximos post tendremos el placer de contar
con Claudio Isaac, pintor, cineasta, escritor y poeta mexicano, así como amigo
personal de Luis Buñuel. Claudio es, además, el
autor de uno de los más entrañables libros que se han publicado sobre el
calandino, Luis Buñuel: a mediodía
(publicado también en inglés), que se compone de lo que hoy llamaríamos
microrrelatos y que, efectivamente, son piezas maestras de microhistoria
buñueliana. En esta línea, hoy publicamos uno de ellos, inédito, como lo serán
también los próximos.
Libertad
Libertad
Lamarque era una actriz lloricona pero no por ello se le sonrojaban las
mejillas: era gélida. Su rostro poseía tersura y facciones de estatua clásica,
una belleza distante, también gélida. Figura idónea para el melodrama, sabía explotar
hábilmente las posibilidades del género. Fue convocada a participar en Gran
Casino, el primer proyecto de Buñuel en México, en cuyo rodaje relucieron
diversas flaquezas preocupantes: el argumento era una línea desvaída y plagada
de intervenciones musicales, el financiamiento era deficiente y la estrella
masculina, Jorge Negrete, era el típico caso del cantante convertido en actor, un
tanto engreído y poco confiable a la hora de interpretar su personaje. Para
colmo, el director desarrolló inmediata antipatía hacia Jack Draper, el
fotógrafo, que le pareció se comportaba como un chulo, tan sólo por usar
camisas floreadas. En esa situación a contrapelo, la diva argentina, ocho años
menor que él, resultaba su aliado más confiable. La Lamarque encarnaba las convenciones
de la dramaturgia más cursi que Buñuel podía repudiar y, sin embargo, lo primero
que le despertó fue respeto por su temple profesional. Lo que le gustaba al
grado del elogio enfático era que ella sabía sus diálogos a la perfección y
conocía sus marcas, es decir: respetaba las señales en el piso que determinaban
su posición en escena para quedar enfocada y encuadrada debidamente, de tal
suerte que nunca había tenido que repetir una toma por su culpa. A la vez, no
dejaba de atisbarse en él una admiración secreta por su persona. Esto último me
lo refirió alguna vez mi padre, ciertamente conmovido por haber descubierto en
Luis los rastros de una fibra sentimental. En su forma pudibunda de mirar a una
mujer y aprobar su carácter, le debió atraer inusitadamente esta menuda Virgen
de Murillo.
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