Buñuel visto por (10) ... Josep Pla
Continúo esta vez con una serie de
entradas iniciada por mi antecesor sobre opiniones de allegados y no tan
allegados de Buñuel sobre su persona y obra. Esta vez se trata del periodista
catalán Josep Pla, que dedica al calandino uno de sus retratos de la poco
conocida compilación Retrats de passaport. Siempre he considerado que Pla
y Buñuel eran dos personajes similares en la cultura catalana y española. Ambos
provenientes del mundo rural, con una inmensa cultura y con un extraordinario
uso del lenguaje, escrito uno, cinematográfico el otro.
El texto que reproduzco a continuación (y
que he traducido, lo cual me hace sentir como un profanador) es uno de estos “retratos
de pasaporte”, pinceladas cortas sobre personajes con los que se cruzó, escrito
en 1964. Parece ser que el visionado de Diario de una camarera en un
cine de Perpiñán fue el detonante de la redacción del texto. Más allá de alguna
inexactitud, como la afirmación categórica, al principio, de que Buñuel aparece
en París nada más acabar la Primera Guerra Mundial, es decir, en 1918, la
perspicacia de Pla y su capacidad para retratar, nunca mejor dicho, su personalidad
son admirables. Por no hablar de su descripción física.
Asimismo, Pla, sin ser crítico de cine,
vincula en unas líneas Diario de una camarera con La edad de oro,
hecho que muy pocos críticos vieron en su momento, aprovechando para describir
la obra de Buñuel de una manera prácticamente sincrética, como la manifestación
más pura de anarquismo peninsular. No me alargo más y dejo al lector (al que
pido perdón por si me he tomado alguna licencia en la traducción) que disfrute
con el retrato de Luis Buñuel realizado por Josep Pla.
Después de la Primera Guerra Mundial,
inmediatamente después, apareció en Paris - y concretamente en Montparnasse -
Luis Buñuel. Estuve presente - no recuerdo a través de quién ni en qué lugar
del barrio - y nos conocimos. Buñuel era Aragonés. Era un joven bastante alto,
corpulento, suficientemente bien vestido, con una cara un poco monstruosa, en
el sentido que parecía que se encontraba, todavía, en un periodo de formación o
de evolución biológica – una cara llena de chichones, de protuberancias y más
señalada por los volúmenes que por las líneas. De lineal, aquella cara, realmente,
no tenía nada: parecía la cara de un gordo convaleciente de un resfriado muy
fuerte: mejillas y pómulos hinchados, frente abollada, nariz un poco deforme,
cuello y cogotes protuberantes, manos de cierto peso. Era una cara que parecía
encontrarse en un momento de espesamiento, muy poco fotogénica, como la que a
veces se puede ver en determinadas criaturas cuyas facciones se hacen lentamente
y salen poco a poco del magma de la biología inhabitual e imprecisa. Era
imposible no imaginar aquel joven con un pañuelo de seda blanca en el cuello
detrás de unos cristales de una habitación un poco sórdida – como era costumbre
en nuestro país y en aquella época en las personas que no tenían demasiada
salud. En aquella cara, pero, había unos ojos extremadamente penetrantes y
vivos, de forma almendrada, de una oscuridad intensa, que se manifestaban en
una alteración de suaves debilidades y de incompatibilidades reticentes. No
supe saber nunca ni dónde vivía ni qué sistema había encontrado para ir
tirando.
En aquella época, del veinte al treinta
de este siglo, Montparnasse era el centro más activo del exilio político
español originado por el Gobierno paternalista, dictatorial e insulso encarnado
en el general Primo de Rivera. Todas las inmensas desgracias posteriores de la
Península provienen de este periodo. A primera vista parecía que Buñuel era un
exiliado político más ... Lo cierto es que nunca encontré a Buñuel en ninguna
tertulia política de las innombrables que se producían en Paris, y sobre todo
en Montmartre, aquellos años. Atribuí esta falta de presencia al temperamento
especifico de Buñuel: hombre callado, silencioso, desprovisto de cualquier
gesticulación, grisáceo y completamente incapaz de entrar en el detallismo
anecdótico de la política española… y, por tanto, incompatible con la
verbosidad, el chismorreo, la palabrería, la ignorancia y la bufonería fabulosa
de aquellas tertulias frenéticas. Buñuel era considerado por los innumerables
correveidiles de Paris del momento como un tipo de la cuadrilla - o, mejor
dicho, de las innumerables cuadrillas que entonces se producían-, pero lo
cierto es que nunca le encontré haciendo acto de presencia en tertulia política
alguna.
De
golpe, apareció la noticia de que Buñuel hacía, con Salvador Dalí un film
surrealista. Entonces era la época del surrealismo, que los franceses se
atribuyen, porque lo que no pasaba en Paris en aquellos años, en estas
materias, era inexistente, pero que quizás es hiperbólico, porque, en el
surrealismo, intervinieron de manera decisiva Joan Miró i Salvador Dalí, ya que
en las artes plásticas son los dos artistas que han llegado a tener una
cotización universal. El tercer elemento peninsular que intervino en el
surrealismo francés fue Luis Buñuel, porque, en efecto, el film que hizo con
Dalí, y que se tituló “Un chien andalou”, se proyectó en salas minoritarias,
hizo gran furor, promovió una gran conmoción y todavía hoy se habla de él. En
cualquier caso, Miró, Dalí y Buñuel empezaron entonces una carrera que les
llevó al punto más alto de la fama universal. No se puede imaginar una manera
de ser personal más diferente que la que tuvieron entonces estos tres
personajes: Dalí, impresionante hablador, ruidoso, exhibicionista, adulador,
imaginativo y al propio tiempo realista sistemático; Buñuel, silencioso,
callado, alusivo, despectivo, de gran resistencia, ambicioso sin parecerlo;
Miró, todavía más silencioso, escuchador, tenaz, complicado, de una salud
perfecta y una voluntad que solo puede explicarse por su ascendencia payesa (tarraconense)
tan marcada.
Entonces traté un poco más a Buñuel y
me encontré - hasta el extremo que era posible ver a este hombre con una cierta
claridad - con el típico anarquista peninsular, profundamente enemigo de la
sociedad en la que se encontraba inmerso y de unas convicciones arraigadas
hasta el fondo y totalmente inconmovibles. No me refiero al típico anarquista
peninsular de tipo político, interesado en proyectar una determinada
apologética concreta, sino al anarquista vertical, granítico y acerado. En
realidad, la política no le interesaba nada… lo que le interesaba era el
problema del mal, el problema del mal en los hombres y las mujeres, que
consideraba consustancial con la constitución burguesa de las instituciones y
de la gente, y que solo veía posible corregir con una convulsión psicológica y
social. Buñuel era entonces - ya entonces - un hombre hecho y derecho en el
sentido de que era hecho de reacciones contrarias a la sociedad: de aversiones,
de odios, de furores - perfectamente formulados y claros. Sentía un perfecto
menosprecio por el orden burgués por estar basado en la hipocresía, la
avaricia, el egoísmo, la ausencia de caridad, la ocultación sexual; por la
religión, que los curas han destruido al haberla vaciado de su verdad profunda;
por la justicia, que socialmente está manipulada con groseras e inhumanas
trampas; por la policía y los ejércitos, siempre y ciegamente sometidos a la
autoridad de cada momento y en definitiva a quien les paga. Este era el corpus ideológico
- quizás más sentimental que ideológico - de Luis Buñuel. No quiero decir con
esto que fuera un hombre que se dedicara a ir por el mundo predicando de una
manera desaforada lo que él consideraba que era verdad. Más bien, de todo ello,
hablaba muy por encima, y solo cuando se encontraba en un ambiente muy
comprensivo y favorable. Escudado detrás de su silencio y de su escasa
comunicación, no se extralimitaba, y así no era un subversivo diríamos
militante. Ahora bien: si se toman en conjunto y una por una las manifestaciones
cinematográficas ligadas al nombre de Buñuel, una cosa aparece perfectamente
clara: por encima de la técnica cinematográfica más o menos conseguida de cada
obra, hay, visible, en cada imagen, una requisitoria antisocial. No conozco
esta obra de una manera total; pero, por lo que han dicho aquellos que la
conocen y por lo que he leído de algunos críticos inteligentes, este aspecto de
requisitoria es su característica preponderante, continuada y sistemática.
Ahora, en 1964 he visto, en un cine del sur de Francia, el “Journal d’une femme
de chambre”, film de Buñuel realizado a partir de la célebre novela, que ya
nadie, pero, lee, de Octave Mirbeau, que lleva el mismo nombre. Ahora bien: habiendo
asistido, hace prácticamente cuarenta años, al estreno de “L’âge d’or”, el
primer film auténticamente buñuelista de Luis Buñuel, creo que puedo afirmar
que son dos obras del mismo sentido y de exacto significado: son dos granos de
arena que Buñuel aporta al movimiento de subversión antiburguesa y social.
Quizá en “L’âge d’or” había un poco más de riqueza sentimental, mientras que en
“Journal d’une femme de chambre” de Mirbeau el humor es más cruel, la ferocidad
más gozosa y ligera, la desenvoltura más impresionante… Cada escena es un
puñetazo dado en la cara de la sociedad. Buñuel habrá pasado su vida dando
estos puñetazos. Hay que confesar que no se ha movido nunca de este camino y
que ha tenido una fidelidad a sus ideas realmente admirable. Si a lo largo de
su vida, y a través de un número de años que empieza a ser importante, Buñuel
no se ha movido ni un centímetro de su concepción del mundo, es que debe
considerar que los hombres y las mujeres son siempre iguales y que en estos
últimos decenios no ha pasado nada apreciable capaz de hacerlo cambiar. Acabado
el film, oí decir a los espectadores de un cine del Sur de Francia que se
trataba de una obra pasada de moda. No lo sé. Habría que examinarlo. El que en
cualquier caso no ha cambiado es Buñuel - no ha cambiado para nada, es igual.
Conozco un poco la mentalidad de
Buñuel. Antes de mi ida a Paris hice de periodista, en Barcelona, dedicado
especialmente a los atentados sociales que tuvieron lugar en los últimos años
de la primera gran guerra y en los años inmediatamente posteriores. Con este
motivo traté muchos anarquistas - no hablo ahora de los profesionales de la
pistola, sino de los anarquistas dominados por la crítica social, algunos de
ellos aragoneses - y pude ver pocos años después, en Paris, que el corpus ideológico-sentimental
de Buñuel era el mismo que el de los hombres de la Confederación General. Es este
corpus el que se encuentra en la obra cinematográfica de Buñuel, y es en este
sentido que se puede decir - me parece - que esta obra es la realización, por
la imagen, más conseguida del anarquismo peninsular, monolítico, granítico y
total. En tanto que aragonés, Buñuel ha dado a esta realización un punto de
dureza desprovista de gracia, de dureza terrestre, esencial. La reacción
antisocial de Buñuel no es la del comunista fanático y cultivado. El comunismo
nunca le ha gustado. Es demasiado difícil y complicado. Es demasiado ordenado.
Su reacción es estrictamente ácrata, anarquista, y anarquista peninsular. Es el
anarquismo de faja y pantalón corto - de maño. Es un corpus ideológico-sentimental
de una gran simplicidad, enormemente esquemático y, por tanto, de una violencia
consustancial.
Cuando se estrenó en Paris, la Edad de
Oro, dije a Dalí:
- Buñuel hará carrera en el cine…
- ¿Y porque hará carrera en el cine? – me respondió
- Porque su mentalidad es muy sencilla, de una gran
simplicidad, y el cine, como espectáculo de masas, exige la expresión de los
sentimientos y de las reacciones más elementales.
- Es posible que las máquinas no puedan expresar cosas
situadas más allá de unos ciertos límites, que su expresividad sea adecuada no
sólo al esquematismo popular de absorción, sino a las posibilidades del
mecanismo material utilizado…
Dalí hizo una pausa y dijo:
- Buñuel es un puro y estricto primario. Compararlo, como
sentido, a Chaplin hace reír. Es un anarquista obsesionado, fanático,
desprovisto de gracia…
- Pero este primarismo es excelente en la cinematografía.
- De acuerdo. Pero a veces es demasiado primario. No es
suficiente con tener razón. Lo importante es imponerla, y la mejor manera que
se ha encontrado para llegar a ello es demostrar que no se tiene suficiente.
Los griegos ya sabían todo esto, pero Buñuel es un aragonés tozudo, displicente
e impermeable, y la diferencia es muy importante.
1964
Muy oportuno. Sabes que soy plasiano redomado por lo que este dúo me colma de alegría y satisfacción. Gracias y un abrazo
ResponderEliminarQuiero recomendar rápidamente DR NCUBE para un trabajo bien hecho por
Eliminarcurándome de la enfermedad de los herpes genitales que me han estado dando noche de insomnio. si quieres contactarlo, simplemente hazlo por correo electrónico drncube03@gmail.com o
llamar / whatsapp +2348155227532
también tiene #hierbas para
hiv / aids
cancerdisease
fibroid
diabetes ...
Excelente! Espero mas entradas como esta. Saludos!
ResponderEliminarofertas de hoy