Luis Buñuel y su visión de la Ciencia y la Tecnología

En este breve post voy a tratar un curioso tema: el poco aprecio que Buñuel sentía por la ciencia y la tecnología: La verdad es que odio la ciencia, le tengo horror a la tecnología. Lo que me llevará tal vez, algún día, a creer en el absurdo de Dios. Fíjate que digo absurdo.[1]
El realizador en sus diferentes declaraciones al respecto solía mezclar la creencia en Dios con la ciencia: El creer en Dios es absurdo, pero todavía lo es más la técnica y la ciencia. Empieza a molestarme la palabra ateo... Yo no niego que lo soy. Y, ahora, más ateo que nunca, pero me molesta la palabra[2].
En sus “memorias” nos da la clave de la cuestión: Junto al azar, su hermano el misterio. El ateísmo —por lo menos el mío— conduce necesariamente a aceptar lo inexplicable. Todo nuestro Universo es misterio.
Puesto que me niego a hacer intervenir a una divinidad organizadora, cuya acción me parece más misteriosa que el misterio, no me queda sino vivir en una cierta tiniebla. Lo acepto, Ninguna explicación, ni aun la más simple, vale para todos. Entre los dos misterios, yo he elegido el mío, pues, al menos, preserva mi libertad moral.
Se me dice: ¿Y la Ciencia? ¿No intenta, por otros caminos, reducir el misterio que nos rodea?
Quizá. Pero la Ciencia no me interesa. Me parece presuntuosa, analítica y superficial. Ignora el sueño, el azar, la risa, el sentimiento y la contradicción, cosas todas que me son preciosas. Un personaje de La Vía Láctea decía: «Mi odio a la Ciencia y mi desprecio a la tecnología me acabarán conduciendo a esta absurda creencia en Dios.» No hay tal. En lo que a mí concierne, es incluso totalmente imposible. Yo he elegido mi lugar, está en el misterio. Sólo me queda respetarlo.
La manía de comprender y, por consiguiente, de empequeñecer, de mediocrizar —toda mi vida, me han atosigado con preguntas imbéciles: ¿Por qué esto? ¿Por qué aquello?—, es una de las desdichadas de nuestra naturaleza. Si fuéramos capaces de devolver nuestro destino al azar y aceptar sin desmayo el misterio de nuestra vida, podría hallarse próxima una cierta dicha, bastante semejante a la inocencia.[3]
En esa declaración el realizador señala el por qué: Ignora el sueño, el azar, la risa, el sentimiento… a lo que habría que añadir indiscutiblemente: el misterio: Yo soy enemigo de la ciencia y amigo del misterio.[4] Todos ellos son temas que hemos tratado monográficamente en diferentes post de este blog, por lo que no vamos a insistir en ellos.
Paco Rabal decía que a Buñuel no le gustaba la ciencia porque no conoce la risa, ni el humor, ni la contradicción. Él tenía algunas, como todo el mundo tiene, pero pocas y le hacían aún más humano...Él me dijo una cosa, algo como: Yo muestro lo brutal, lo feo, lo asqueroso, para desear el bien, lo bello, lo hermoso. Lo que pasa es que esto es muy católico y no le gustaba reconocerlo.[5]
Con el paso de los años el pesimismo de Buñuel iría aumentando. Buñuel estuvo acariciando la idea de hacer una película en la que pudiese incluir alguno de los temas que le atraían: la religión, la violencia, el impacto de la ciencia, la información y el terrorismo en nuestra sociedad actual.
Si tuviese que hacer un último film lo haría sobre la complicidad de la ciencia y del terrorismo. Aunque comprendo las motivaciones del terrorismo, las desapruebo totalmente.[6]
Este deseo estuvo a punto de hacerse realidad. Llegó a tener una primera redacción. Se trata de Agón, escrito como era habitual con su coguionista Jean-Claude Carrière y del que ya hablamos en otro post.
En uno de sus últimos textos escritos, Pesimismo, escribió: Hoy he llegado a ser mucho más pesimista. Creo que nuestro mundo está perdido. Será destruido por la explosión demográfica, la tecnología, la ciencia y la información. Es lo que llamo los cuatro jinetes del apocalipsis. Me siento asustado por la ciencia moderna que nos conducirá a la tumba por la guerra nuclear o las manipulaciones genéticas, a menos que lo sea por la psiquiatría como en la Unión Soviética. Europa deberá recrear una nueva civilización, pero temo que la ciencia y las locuras que es capaz de desencadenar no dejen tiempo para llegar a hacerlo.[7]

La Vía Láctea

Sobre todo esto insistiría en el último capítulo de sus “memorias”: Según las últimas noticias, poseemos en la actualidad bombas atómicas suficientes no sólo para destruir toda vida sobre la Tierra, sino también para hacerle a esta Tierra salirse de su órbita y enviarla a perderse, desierta y fría, n las inmensidades. Me parece espléndido, y casi siento deseos de exclamar: ¡Bravo! Una cosa es ya cierta: la ciencia es la enemiga del hombre. Halaga en nosotros el instinto de omnipotencia que conduce a nuestra destrucción. Una encuesta reciente lo demostraba: de setecientos mil científicos «altamente cualificados» que en la actualidad trabajan en el mundo, 520.000 se esfuerzan por mejorar los medios de muerte, por destruir a la Humanidad. Sólo 180.000 tratan de hallar métodos para nuestra protección.
Las trompetas del apocalipsis suenan a nuestras puertas desde hace unos años, y nosotros nos tapamos los oídos. Este nuevo apocalipsis, como el antiguo, corre al galope de cuatro jinetes: la superpoblación (el primero de todos, el jefe, que le enarbola el estandarte negro), la ciencia, la tecnología y la información. Todos los demás males que nos asaltan no son sino consecuencias de los anteriores, Y no vacilo al situar a la información entre los funestos jinetes. El último guion sobre el que he trabajado, pero que nunca podré realizar, descansaba sobre una triple complicidad: ciencia, terrorismo, información. Esta última, presentada de ordinario como una conquista, como un beneficio, a veces incluso como un «derecho», quizá sea en realidad el más pernicioso de nuestros jinetes, pues sigue de cerca a los tres y sólo se alimenta de sus ruinas.[8]


[1] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, pág. 157
[2] Max Aub: Conversaciones con Buñuel, Aguilar, 1985, pág.161
[3] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, pág. 171
[4] Max Aub: Conversaciones con Buñuel, Aguilar, 1985, pág.60
[5] Paco Rabal : En torno a Buñuel. Cuadernos de la Academia, nº 7-8, agosto 2000, pág. 436
[6] Luis Buñuel: Escritos de Luis Buñuel, Páginas de Espuma, 2000, pág. 38
[7] Luis Buñuel: Escritos de Luis Buñuel, Páginas de Espuma, 2000, pág. 38
[8] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, pág. 245

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