Luis Buñuel y Raymond Queneau
Buñuel
trabajó con distintos escritores franceses a la hora de adaptar sus novelas,
aunque ninguno de la talla de Raymond Queneau. De hecho, no trató de adaptar
ninguna de sus obras (por otro lado, difícilmente adaptables, a pesar del
notable trabajo de Louis Malles con Zazie
en el metro). Con todo, la historia de esta colaboración es la historia de
una frustración, pues no pudo fructificar en guion que ambos, seguramente, hubiesen deseado
para La muerte en este jardín (1956), basada a su vez en una novela del
belga José-André Lacour.
No
obstante, la dimensión adquirida por la adaptación de Malle ha eclipsado sus
otras colaboraciones, por lo que la que la relación entre Buñuel y Queneau es un episodio enigmático de sus biografías. Y ello a pesar de que
Queneau formó parte del grupo de los surrealistas en los inicios (era uno de
esos “estupendos” surrealistas que Dalí le comentaba a Buñuel)[1],
separándose del mismo (o, mejor dicho, de su cuñado André Breton, por razones
estrictamente personales, según aquél) en 1929, cinco años después de su
ingreso, aunque su participación en el grupo fue intensa y constante.[2]
La
reciente publicación de un trabajo del especialista en Queneau, Dominique
Charnay, arroja cierta luz a esta confusa relación. Hasta, ahora, lo
que sabíamos sobre la opinión del escritor francés sobre Buñuel procedía de sus
diarios.[3]
Así, consideraba buena pero un poco aburrida Robinsón Crusoe, aunque veía en él un ejemplo de pre-marxismo (sic). La idea de aburrimiento preside
también su colaboración en La muerte en este jardín.[4]
Fue después de su exitosa colaboración con René Clément (por cierto, uno de los
cineastas que más admiraba Buñuel), en Monsieur
Ripois (1954) cuando Óscar Dancigers le contrata para adaptar la novela de
Lacour, junto con Luis Alcoriza y el propio Buñuel. El trabajo se desarrolló en
París durante el otoño de 1955 y en diciembre Queneau se reúne con Buñuel y
Alcoriza en México para reescribir los diálogos que no gustan al director.
La
estancia de Queneau en México duró un mes y poco más, primero trabajando en
solitario, y luego con Gabriel Arout, dialoguista que le fue impuesto por la
producción, y cuyas relaciones no fueron precisamente plácidas. A pesar de que parece
ser que de los diálogos de Queneau no queda casi nada,[5]
el escritor consideró excelente la puesta en escena y extraordinaria la
plástica del film, indicando que el diálogo “parece mejorado”.[6]
De este
viaje y estancia en México podemos destacar que fue una especie de pesadilla. Y
ello a partir del diario de quince páginas que Queneau escribió en un cuaderno
de bolsillo al que ha tenido acceso Charnay.[7]
Las razones de este malestar son múltiples, pero no hay duda de que,
independientemente de la calidad que cada uno pueda percibir en la película, La muerte en este jardín podría haber
sido una colaboración de dos artistas mayores, cada uno en su ámbito, cosa que
no ha ocurrido nunca en la filmografía de Buñuel. Me refiero al encuentro con
un gran novelista (es decir, Dalí a parte). Seguramente el carácter egocéntrico
y celoso de Buñuel fue uno de los principales impedimentos de esta
colaboración, evitando así las conjeturas críticas sobre hasta qué punto la
película podría haber sido buñueliana o queneauniana.
He aquí
algunos extractos de lo que ese cuaderno de bolsillo contiene:[8]
“Lunes, 25 de octubre. Durante ocho días he
estado trabajando con Buñuel. Antes: un mes con Alcoriza. Decir "trabajar
con" es muy ambicioso. Es obvio que Buñuel encuentra mi contribución casi
sin importancia. También es cierto que piensa lo mismo sobre Alcoriza. En
cualquier caso, ha desechado todo lo que habíamos hecho. Se trata de coser
(reconstruir). A decir verdad, es mucho más divertido trabajar con Buñuel que
con Alcoriza: Buñuel es menos perezoso y asume sus responsabilidades, algo que,
obviamente, Alcoriza no podía hacer. Buñuel está lleno de ideas, inventa
continuamente, es mejor tener lo malo que nada. No le importan muchas cosas.
Este es otro tipo de "cineasta" distinto de Clément. Está dispuesto a
todo si puede incluir dos o tres cosas que le agraden.” Es curiosa la falta de
acritud hacia quien ha rechazado las aportaciones de un reconocido escritor
como Queneau. Quizás se conformó con participar, aun a riesgo de que sus
aportaciones fuesen mínimas, en un proyecto de un director al que admiraba,
desde su etapa en el grupo surrealista. Pero al mismo tiempo sorprende que
incida ese je-m’en-foutisme
buñueliano, pues parece dar a entender que Buñuel tampoco le preocupase no
poder dirigir un guion mayormente suyo. Esta afirmación puede ser válida para Gran Casino, pero no parece valer para La muerte en este jardín.
Más
adelante, después de una reunión con uno de los coproductores, afirma: “No hablé mucho sobre Buñuel. Sin embargo, es
uno de los tipos más notables que he encontrado. Su sadomasoquismo es
profundamente humano, es decir, es bueno”. Sin duda, se trata de una muy
atinada definición del calandino.
Sigamos:
“Buñuel me ha prohibido formalmente el
turismo. Tengo que trabajar. No se trata de divertirse. Eso es todo: hasta
ahora todo lo que conozco de México es el aeropuerto y el hotel Genève. En
cualquier caso, con un viaje como este, habría tardado ocho días en
recuperarme. Es cierto que ni siquiera puedo dormir. Aunque lo hago, hace casi
dos días que no duermo, bueno, aunque sea un poco (pero los sillones no son lo
suficientemente grandes para mí, sigo prefiriendo sentarme) … Encontrarse a una
altitud de 4000 metros comiendo salmón sobre Alabama es absurdo y sin valor.”
En
cuanto al hotel, “una especie de
castillo, muy adecuado para la comodidad”, está “estricta y únicamente frecuentado por los estadounidenses (turistas de
60 a 110 años).” Lo que no deja de tener consecuencias. Tanto es así que
volverá a hablar de él en el diario: “El
comedor es repugnante. No por americanofobia, al contrario. Así… enseñan a
evitar el agua, las ensaladas, las verduras, etc. debido a las amebas. De
hecho, dos veces tuve fiebre por haber comido un poco al azar. Madame Buñuel lava
sus pollos con jabón.” Es decir, Queneau, a quien no le gustan los viajes
largos en avión, se encuentra en las antípodas de su hogar, en “la ciudad más fea del mundo”, donde “no se trata de hacer turismo”, sino solo
para trabajar en unos diálogos de encargo y en un hotel para estadounidenses
retirados cuya cocina le repugna.
Pero,
¿qué hay de la redacción del guion? La verdad es que es difícil poder delimitar
con precisión la participación de Queneau a través de este corto diario. Aun así, aparecen algunas indicaciones relevantes, al menos para conocer el grado
de aprobación del francés con el resultado de la película. Y este fue, como se
ha indicado, bastante elevado, sin que le influyera el nefasto contexto que le
acompañó en sus días mexicanos. Volviendo al diario, hay que destacar que el 13
de enero de 1956 se produjo una lectura de la primera mitad del guion en casa
de Alcoriza con la presencia de Dancigers y Buñuel. El productor expresó más su
entusiasmo que el propio Buñuel y le propuso quedarse ocho días más en México
para terminarlo y revisarlo de acuerdo con Buñuel. Es decir, la participación
de Queneau estaba considerada como primordial.
Queneau
aceptó porque prefería acabar el trabajo en México y no en París. Además,
conoce a Octavio Paz días antes, quien le cambia (ligeramente) la imagen tan
negativa que sobre el país azteca tenía. Con todo, el 15 de enero escribió: “Sigo aburriéndome y, sobre todo, trabajando.”
Y comenta que el trabajo que han hecho Buñuel y Alcoriza es “excelente y todo lo que acontece en el
bosque es original.” Finalmente, volvió a Francia dos días más tarde de lo
previsto, con el trabajo terminado y supervisado por Buñuel.
Parece ser que Buñuel no quedó plenamente satisfecho con el
guion: “Recuerdo sobre todo los
dramáticos problemas de guion, que es lo peor de todo. No conseguía
resolverlos. A menudo, me levantaba a las dos de la madrugada para escribir
durante la noche escenas que, al amanecer, le daba a Gabriel Arout para que
corrigiese mi francés. Debía rodarlas durante el día. Raymond Queneau vino a
pasar quince días en México para intentar —en vano— ayudarme a resolver la
situación. Recuerdo su humor, su delicadeza. Nunca decía: “Eso no me gusta, no
es bueno”, sino que comenzaba siempre sus frases con un: “Me pregunto si...”[9] Buñuel
reduce a más de la mitad la estancia de Queneau, lo que añade más confusión al
asunto.
Otras fuentes de interés son las entrevistas con José de la
Colina y Tomás Pérez Turrent. Sobre Queneau, Buñuel afirma: “Un hombre de talento. Se le ocurrían
soluciones que sirven de ejemplo de lo que es un buen diálogo cinematográfico.
De él era una elipsis muy inteligente que no pude utilizar por necesidades de
la acción… Queneau era un escritor excepcional, con mucho sentido del lenguaje
hablado… Como guionista no le atraían las escenas demasiado fuertes. A mí tampoco.
Y creo que, aunque cumplía profesionalmente, no se sentía a gusto con la
película”.[10]
En fin, la libreta de bolsillo del viaje a México de Queneau
no arroja demasiada luz sobre cuál fue realmente su contribución a la película.
Sabemos que se aburrió soberanamente, lo cual seguramente no favoreció su
creatividad. Como también sabíamos que ambos artistas se admiraban mutuamente
(es extraño oír decir a Buñuel que un escritor es excepcional, teniendo en
cuenta que incluso Dostoievski cayó de su pedestal cuando le entrevistó Max
Aub). Se abre, pues, una puerta a que sean los especialistas en Queneau quienes
puedan ilustrarnos un poco más sobre qué trazos de estilo o narrativa
queneauniana existe en el guion de La
muerte en este jardín, pues si realmente las
condiciones de trabajo fueron tan malas y frustrantes, ¿por qué la opinión
positiva de Queneau sobre el resultado final? No es lo habitual ¿Politesse? Lo dudo, ya que en otras colaboraciones, Queneau no se anduvo
con chiquitas, como cuando no quiso que su nombre apareciese en los créditos La cité de l’indicible peur (1964) de
Jean-Pierre Mocky, con quien tenía una buena relación.[11] Sea
como fuere, y a pesar de las malas condiciones de trabajo que encontró, o la
contribución de Queneau fue mayor de lo que sabemos, o el escritor se conformó con poder inscribir su
nombre junto a un cineasta al que admiraba. La cuestión es que estamos ante una de estas historias de frustración cinematográfica que, paradójicamente, no generó declaraciones encontradas, lo que muestra el respeto mutuo que ambos artistas se tenían.
[1] Evans,
J., Viejo, B. (eds.) (2018). Luis Buñuel,
correspondencia escogida. Madrid: Cátedra, p. 85.
[2] Virmaux, A., Virmaux, O. (1994). Les grandes figures du surréalisme.
París: Bordas.
[3] Queneau, R. (1996). Journaux 1914-1966. París: Gallimard.
[4] Charnay, D. (2017). Queneau dand le jardín de Buñuel. « Je me suis bien emmerdé ».
París: La Part Commune.
[5] Cherqui, M. C. (2016). Queneau et le cinema. París: Jean-Michel
Place.
[7] Charnay, D., Op. Cit., p. 8.
[8] La
traducción es mía.
[9] Buñuel,
L. (1982). Mi último suspiro. Barcelona: Plaza y Janés, p. 209.
[11] Cherqui, M. C., Op. Cit., p. 61.
GRacias por darnos a conocer ese libro. Como complemento a tu comentario pueden verse las cartas que le escribió Janet Alcoriza al su suegra Emilia el 21 de junio y el 30 de octubre de 1955 sobre pormenores del rodaje así como las de Queneau a los Alcoriza del 16 de marzo de 1956 tras una estancia de Queneau en México y del 15 de abril de 1957 sobre la difusión de la película en FRancia. Para ese y otros pormenores puede verse mi LUIS BUÑUEL EN SU ARCHIVO, páginas 259-274 donde hay también referencias sobre Gabriel Arout, colaborador en el guión, y de José-André Lacour, autor de la novela que dio origen a la película; una película que Eric Rohmer calificó como de "anarquismo trasnochado" y en la que desde mi punto de vista se consolida el concepto de «lo buñueliano».
ResponderEliminarGracias a ti por el complemento, Javier. Totalmente de acuerdo con la consolidación del concepto de "lo buñueliano". Algún día habrá que reivindicar esa trilogía de films franco-mexicanos que suponen una impecable transición hacia el apoteósico final de su filmografía.
ResponderEliminar